Hojeando una revista antigua nos dimos de bruces con su foto. Estaba saliendo del mar con un bañador rojo. Era como la versión homoerótica de la primera aparición de Ursula Andress en 007 contra el Dr. No. Durante unos segundos permanecimos en silencio, con la mirada impresa en la imagen. “¿Tú crees que John John Kennedy se lo tenía creído?”, preguntó Marta, con la dicción sedada por la fotografía. “Tenía motivos, ¿no?”, contesté. “Creo que los políticos deberían ser todos sex symbols. Si tu físico no soporta una salida del mar en bañador, mejor que te retires”, añadió Marta. Aparté la vista de la publicación y la trasladé hasta mi amiga, buscando algún dato más. “Lo leí una vez, creo que a Ernesto Sábato. Decía que la vanidad era el motor del progreso humano. La vanidad es el combustible que nos empuja a crear, inventar, decidir, intervenir,...” Un planeta de creídos, pensé, ¿puede existir algo peor? Además, la vanidad no siempre está ligada al físico. Incluso diría que la mayor parte de las veces, va ligada a un físico anodino. Los guapos, bastante tienen con ser guapos, no se sienten en la obligación de tener que demostrar nada más. Salvando los casos de megalomanía que sufren algunos artistas, escritores, periodistas, jueces y hasta tertulianos de La Noria, los responsables de que alguien se lo tenga creído siempre son los demás. Podemos lograr que hasta un país entero 'se lo crea'. Ejemplo: Estados Unidos. Nos quejamos de que se autoproclamen la policía del mundo, que decidan en los conflictos internacionales como si estuvieran en su casa, pero los que provocamos que se sientan autorizados a hacerlo somos nosotros. En este punto, era Marta la que me miraba fijamente. “La cobertura informativa que se da a un congreso republicano, o a uno demócrata, a la elección de sus candidatos, a los debates, a los vicepresidentes,...no se produce con ningún otro país del mundo. Si tú ves que hasta se retransmiten en directo los debates de tus candidatos en las emisoras de radio extranjeras, ¿no te lo creerías? Nosotros les demostramos que son importantes, entonces ¿por qué nos extraña que ejerzan como tales cada vez que les apetece?”, dije. Marta estuvo un instante callada, como reflexionando. Al rato dijo: “Si Obama estuviera la mitad de bueno que John John yo le dejaría intervenir todo lo que quisiera”. Cuando quiere, sabe cómo sacarme de quicio.
P.D: Acabo de descubrir que una periodista riojana que vive en Mallorca y que se llama Lorena G. Diaz 'pilló' este artículo en 2008, cuando lo publiqué en Diario de Mallorca, y se lo colgó en su blog sin mencionar la fuente. Ya sabéis que soy muy partidario de que la información circule libremente por la red pero lo de mencionar la fuente me parece un detalle de cortesía que agradezco y valoro. Lo otro me parece un apropiacionismo que queda feo.
¡Hola! Soy Lorena, la autora de ese blog. Siento muchísimo no haber citado la fuente y aprovecho esta pequeña ventanita al mundo para pedirte disculpas. Desafortunadamente hace años que no tengo ese blog, por lo que no puedo ya acceder a él y publicar la fuente de la que capté el artículo. Lo lamento.
ResponderEliminarRecibe un cordial saludo y mis disculpas de nuevo.
Te agradezco el mensaje Lorena. Un saludo
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