Érase una vez una niña, hija de un rey, que tenía una madrastra obsesionada con matarla al saber que la superaba en belleza. No vamos a tener en cuenta que el informador de la malvada reina era un impertinente espejo mágico; es lo que tiene el reino de la fantasía, que el número de malos hábitos humanos son adoptados por animales y seres inanimados, para más coña. La joven, que respondía al sencillo nombre de Blancanieves, acabó escapando del oscuro dominio de la madrastra y se refugió en la casa de siete enanitos que echaban horas como locos en una mina de diamantes, aunque eso no significaba que viviesen con todo lujo de comodidades. Es lo que tiene la fantasía, que es irracional. Hasta que llegó el día en que la madrastra descubrió el paradero de Blancanieves y decidió tomarse una poción mágica -en el reino de la fantasía, esa bebida es tan popular como un Cacique con Coca Cola en nuestros fines de semana-. Se transformó en una bruja irreconocible, sin necesidad de inyectarse bótox, y, con un cesto de manzanas envenenadas, fue al encuentro de Blancanieves. Cuando tuvo delante ala muchacha, la bruja le ofreció una manzana. Sin embargo, para sorpresa de la madrastra, Blancanieves se negó a comérsela. “Pero, ¿cómo que no? Si no muerdes la manzana no podemos seguir con el cuento”, le reprochó la bruja. “Me importa un pimiento la manzana. Estoy harta de envenenarme cada dos por tres por las cuatro perras de mierda que me pagan. O hablamos de un aumento de sueldo o la manzana se la come el enano como que me llamo Blancanieves”, soltó la chica. Los cuentos ya no son lo que eran. En un sistema capitalista como el que rige las voluntades, y los bolsillos, de todo occidente, la realidad siempre supera a la ficción. El pasado viernes, los visitantes que entraban al mágico mundo de Disneylandia, en Los Angeles, vieron con asombro cómo la policía detenía a Blancanieves, Cenicienta o Campanilla por reclamar mejoras laborales. Cerca de 32 empleados del parque, que representaban a 2.000 trabajadores de los hoteles del parque temático, todos propiedad de la empresa Disney, fueron detenidos por obstaculizar el tráfico con sus reclamaciones. “Yo pediría una indemnización al Estado por el trauma ocasionado a los cientos de niños que vieron esa escena”, dijo Emma. “Yo hubiese pagado por verla”, añadió Marta. En nuestro planeta ya no queda espacio para la fantasía. Si hemos llegado a un punto en el que ni Blancanieves ni Cenicienta pueden pagarse un seguro médico y no llegan a fin de mes, quizá es que algo no funciona. “Que no se lamenten tanto”, interrumpió Marta. “Suerte tienen de estar en Los Ángeles, que si el EuroDisney lo llegan a abrir en España, Blancanieves sería una mileurista y no podría independizarse de los enanitos en toda su vida”. Y se quedó tan pancha.
sábado, 19 de junio de 2010
El cuento cambiado
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Pero fan, fan de tu blog. Es curioso cómo son las convergencias y casualidades, en los ultimos meses he estado haciendo una campaña que engancha con este post.
ResponderEliminarTe la enseñaría, pero mi contrato no me lo permite... Básicamente cuentos tradiconales en los que caperucita pide ayuda al cazador por móvil, cenicienta llama al príncipe antes de dormirse...