Katharine Hepburn falleció el 29 de junio de 2003. Aquel día, yo escribí esto.
Lo sé. Está un poquito harta de escuchar y leer lo mismo cientos de veces. Que si Hollywood encontró en usted a su estrella más testaruda, que si nadie le ganó en rebeldía, que si representó a una mujer adelantada a su época. Está bien. No diré eso de que fue una dama rebelde. Pero permítame un minuto, ya sé que tiene prisa, para comentarle que el otro día me sorprendí con el iris encharcado frente a una copia desgastada de Adivina quién viene esta noche. No es la primera vez que me sucede pero el otro día fue distinto. Cuando Matt Drayton, el papel que interpreta magistralmente su Spencer Tracy, cierra el filme con una lección de tolerancia y usted tan solo le mira, enamorada y entregada, no puedo evitar llorar. Pero el otro día fue distinto. El papel de Christina Drayton seguía emocionándome, pero la sensación era incómoda. ¿Sabe que sólo Meryl Streep igualó en la última ceremonia su récord de doce nominaciones al Oscar? Seguro que sí. Por cierto, Broadway apagó todas sus luces el primer martes de julio. No, no tenía nada que ver con los sindicatos de actores. Creo que fue una cuestión de amor. Pienso que sí. Basta con emocionar para recibir afecto. Y usted nos regaló muchas emociones convertidas en interpretación. Envueltas en papel de leopardo, como La fiera de mi niña; en una bolsa de palos de golf, como en Historias de Filadelfia; en papel de periódico, como en La costilla de Adán; o chorreando agua, como en La reina de África. No quiero entretenerla más. Sé que tiene que marcharse, aunque soy uno de esos que prefería saber que estaba aquí a pesar de no verla. Sólo quería darle las gracias. Gracias por su trabajo. Por la señora Venable de De repente, el último verano, por la Mary Tyrone de Larga jornada hacia la noche, por la Leonor de Aquitania de El león en invierno, por la Ethel Thayer de En el estanque dorado,... Vale. Ya paro. Sólo una cosa más. Sé que ha tenido fama de mujer fría pero, como cantó una vez un artista de mi país, quizá es que no vieron que temblaba siempre que la querían. Nada más. Bueno, una cosa. Que para mí, como para Frank Capra, hay actrices, actrices y Katharine Hepburn. Hasta la próxima, gran dama.
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