viernes, 25 de junio de 2010

Animales de compañía


Hace una semana me presentaron a un matrimonio austríaco, Karin y Gerhard, que disfrutaba de unos días de vacaciones en España. No recuerdo en qué momento de la conversación, ni siquiera en qué copa de vino, empezamos a hablar de animales. Nunca he entendido las conversaciones de humanos que versan sobre animales de compañía y se alargan más de veinte minutos. Que si cómo quererlos, que si cómo mimarlos, que si cómo cuidarlos, con qué alimentarlos,... Y justo cuando estaba a punto de aislarme en el cuarto de baño más cercano, Karin comenzó a narrar, en un inquietante castellano, la historia de su última mascota. Se llamaba Frida y era una boa constrictor. “Era un delicia”, interrumpió Gerhard. Según contaron, la serpiente convivía con ellos en una perfecta armonía. Incluso llegaron a permitir que durmiera a los pies de la cama. Hasta que un día, dejó de comer. El tiempo que pasó la boa sin ingerir las presas que Frida y Gerhard le proporcionaban superó los datos que recibieron sobre su alimentación el día que la compraron. Así que el matrimonio optó por llevar a Frida al veterinario. “Este animal no puede salir de aquí”, les explicó. “Ha dejado de engullir porque piensa comerse a uno de ustedes”, añadió. Y el animal acabó en un terrario municipal. “Es increíble la personalidad que tienen las serpientes, ¿verdad?”, apuntó Gerhard. “Al principio lo pasé fatal con su ausencia -comentó Karin- porque una boa puede proporcionar unos momentos fantásticos en la convivencia”. Y yo les miraba y pensaba: “Pero estos dos...¿son gilipollas?” Nunca comprenderé ese esnobismo -siempre delictivo- que empuja a determinados seres, supuestamente humanos, a introducir animales salvajes en un entorno doméstico. Sería preferible que ellos se internasen en un dominio salvaje y todos viviríamos más tranquilos. Karin y Gerhard continuaban hablando de exóticos animales de compañía cuando abandoné la reunión. Mientras me alejaba, no podía evitar pensar en el reconocimiento social que hubiera merecido Frida al zamparse a uno de los dos.

2 comentarios:

  1. Para mí el gilipollas fue el veterinario; mira que avisarles...

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  2. aqui te han contado esa leyenda urbana que tanto gusta. hace unos años me la contaron a mi. esta es la versión alemana, porque...en la española acababan engullidos por la boa!!!(ya se sabe uqe todas las pelis españolas acaban en tragedia)

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