Ignoro si Vivien Leigh, cuando levantaba el puño poniendo a Dios por testigo, sabía que estaba grabando historia del cine en la mente de un universo de espectadores. O si Anita Ekberg en la Fontana de Trevi era consciente de que esa secuencia, por sí sola, significaba cine, independientemente de la película que la incluía. Marlon Brando, el que para muchos ha sido el mejor actor de todos los tiempos, falleció a los 80 años dejando cine en las retinas de varias generaciones. Su grito en Un tranvía llamado deseo –nadie ha lucido una camiseta imperio como él- es cine. Era su segunda película, un texto de Tennessee Williams que convertiría al actor en mito, con camiseta sudada y empapada en alcohol. Stanley Kowalski gritando a los pies de la escalera es cine inmortal.
Y aunque hay trabajos que justifican carreras enteras, en el caso de Brando fue sólo el comienzo de una de las trayectorias interpretativas más sólidas del séptimo arte. Mientras La ley del silencio, El Padrino (sus dos Oscar de la Academia), La jauría humana, Guys and Dolls, Sayonara o Reflejos en un ojo dorado iban forjando la leyenda de un actor, el protagonista se encargaba de desmitificarse declarando lo poco que le interesaba el cine –contaba que lo hacía sólo por dinero-, siendo impuntual en los rodajes y negándose a aprenderse los diálogos. La leyenda se tornó negra y su espíritu algo ¡Salvaje! parecía conducirle a la autodestrucción del mito.
Como todas las grandes estrellas de un Hollywood dorado, acabó sus días en producciones menores, muy por debajo de su talento, en las que aún dejaba boquiabiertos a muchos. Cuentan que en el rodaje de la prescindible Cristóbal Colón: el descubrimiento, Brando, que interpretaba a Torquemada, clavaba su interpretación en la primera toma. No debía querer perder ni un minuto en aquel set. Su aparición al final de Apocalypse Now aún pone los cabellos de punta y no conocer su interpretación en El Padrino tendría que estar castigado en el código penal.
Ni siquiera él, con su exceso de peso, arruinado (debía más de 20 millones de dólares al banco), envuelto en tragedias familiares y judiciales, postrado en una silla de ruedas y rodando bodrios de la factura de La isla del Dr. Moreau o Don Juan de Marco, ha logrado que tiñamos de desencanto su leyenda. Brando fue un estupendo actor que se convirtió en icono del siglo XX, y no al revés. Brando fue Stanley Kowalski. Brando fue, y será, cine.
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