No sé si dentro de los abundantes estudios sobre la evolución humana, algún científico ha aportado una pista, una clave, que nos ayude a comprender por qué, en la mayoría de las situaciones, esa evolución no va ligada a un desarrollo positivo de la personalidad del individuo. Nos es totalmente indiferente si un traficante de drogas o un terrorista abandona su misión y se convierte en un buen hombre dispuesto a vivir tranquilo y hacer, en la medida de lo posible, la vida amable a los que le rodean. De hecho, suponiendo que ese personaje de ficción existiera, desconfiaríamos de él y seríamos nosotros, lo buenos de la historia, los que transformaríamos su vida en un infierno hasta lograr apartarlo de nuestro entorno. Por si acaso.
Entendemos ‘evolución’ como una mejoría del estatus, del sistema de vida, de los ingresos económicos, en definitiva, del poder. Evolucionar es tener más poder. Abandonarlo todo y retirarse a vivir en una granja no está considerado desarrollo. Es un regreso a los orígenes. No importa si el hombre o mujer que habita en esa granja es mucho mejor persona que antes. Lo que importa es que ha renunciado al poder y eso solo lo hace un ‘chorra’.
Los vecinos, por ejemplo, ya no son lo que eran. Sobre todo en las grandes ciudades. Los vecinos, así, en toda su generalización, han empezado a ser conscientes de su poder y eso les ha animado a organizarse. Crean asociaciones y hasta partidos políticos desde los que defender sus intereses. Ya no son aquellas personas amables que te hacían el favor de pedir la bombona de butano desde su ventana, que te cuidaban hasta que tu madre regresaba de hacer un recado o que siempre tenían una barra de pan que les había sobrado y que te solucionaba la cena de esa visita inesperada. Ahora son tipos que, desde el individualismo más liberal, han evolucionado montando una asociación y así poder tener su parte del todopoderoso pastel. Son señores y señoras a los que apenas conoces, que no cruzan contigo ni un buenos días por la escalera (juro que eso me ha pasado esta misma semana) y que solo se materializan ante tu puerta cuando llaman para quejarse porque son las once de la noche y quince personas han cantado cumpleaños feliz.Cuando en Palma, un grupo de ciudadanos se queja del ruido durante la celebración, una vez al año, del Orgullo LGTB y argumentan su derecho a poder descansar frente a tu necesidad de celebrar tus derechos, estamos ante ese modelo de nuevos vecinos.
En Madrid la cosa es diferente porque, en Madrid, nada es lo que parece. La pequeña Asociación de Vecinos de Chueca ha puesto al alcalde de Madrid, Alberto Ruíz Gallardón, y a los organizadores de MADO –el mejor evento gay del mundo, según la MTV- frente a las cuerdas. Una ordenanza municipal del ruido imposibilita una serie de actividades que, si bien han atraído a miles de personas a las fiestas más multitudinarias de Madrid, hace años que se han convertido en un negocio y no en una reivindicación.
No sería muy coherente por mi parte estar en contra del negocio. Vivimos en un sistema capitalista. Nuestra vida la deciden los mercados, no los gobiernos. Si la iglesia no ha logrado separar negocio de Navidad o Semana Santa, ¿por qué debe hacerlo el colectivo lgtb? Pero a estas alturas quizá estemos hablando de ambición, que es ese grado de evolución tan loable en el sector empresarial.
Desde fuera, tengo la impresión de que el grueso de ciudadanos, los individuos que no estamos asociados a nada (supongo que eso significa que también hemos evolucionado poco), estamos siendo utilizados por unos y por otros. Por los empresarios, que quieren hacerme creer que anular la actuación de un dj en una determinada plaza es homofobia, y por la asociación de vecinos que, desde una actitud de intolerable intransigencia, cuestiona hasta el propio pregón de las fiestas. A eso, la vida moderna le llama desarrollo.
Yo, un ser moderadamente evolucionado, me instalo en el término medio. En aquellos que creen que las cosas pueden cambiar sin necesidad de ser antipático con los demás, sin necesidad de acosar a otros ciudadanos porque no piensan como tú y sin necesidad de no poder pronunciar un afectuoso ‘buenos días’ cuando te cruzas con un vecino por la escalera.
Respecto al ayuntamiento, la cosa cambia. La última noticia que circula por la capital es que, el año que viene, cuando gane el PP las elecciones generales, Gallardón será ministro y la alcaldía de Madrid quedará en manos de…¡Ana Botella! A ver dónde estarán entonces, cuando haya que ir a reivindicar derechos, las asociaciones de empresarios y de vecinos.
No te como la polla por este artículo porque tengo el bracket recién puesto y me s'oxida que si noooo... ¡Vamos!
ResponderEliminar¡Vaya! ¡Con lo que me gustaba a mí un final feliz!
ResponderEliminarSeñorita Montparnasse...me ruboriza usted...
ResponderEliminar¿Por qué? ¿Qué tiene de malo un bracket? Eso se lleva ahora mucho.
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