domingo, 12 de junio de 2011

La cultura de 'lo público'

Pocas cosas hay más incómodas que comprobar como el propio conocimiento de la realidad rompe alguno de los argumentos que con lealtad has defendido durante años. Pocas cosas, se lo aseguro, son tan desconcertantes como notar que puedes llegar a empatizar con el populismo de tus antípodas ideológicas. Les juro que lo que voy a escribir hoy, como le sucede a algunos padres cuando llega el momento de castigar a sus hijos, me duele más que a ti.

Siempre he defendido la necesidad de ‘lo público’ ante todos aquellos que proclaman la privatización como si fuera una consigna revolucionaria. No, no he cambiado de opinión. Sigo creyendo en ‘lo público’. Lo que ya no tengo tan claro es si la cultura y ‘lo público’ son conceptos antagónicos o, como mínimo, poco funcionales.

Cuando hablamos de políticas culturales acabamos hablando de financiación, de subvención, de cualquier tipo de ayuda que licencie al artista para acceder a los recursos económicos que le permitan crear y sobrevivir de su trabajo. Es importante que el Ministerio de Cultura, o las administraciones autonómicas que tengan transferidas esas competencias, aporten capital a proyectos de artes plásticas, escénicas, musicales, literarias, cinematográficas, y que esos proyectos se materialicen, permitiendo que lleguen al gran público a un precio razonable y, si es posible, gratis. Eso, para mí, es la principal baza que tiene la administración pública en la cultura.

Pero, en tiempos de crisis económica, en tiempos en los que la ciudadanía acampa en las plazas y se manifiesta en las calles reclamando el fin del despilfarro público y cuestionando la financiación de las Comunidades Autónomas, en tiempos en los que miramos con lupa, y debemos seguir haciéndolo, si la clase política viaja o no en business, si abusa del coche oficial, e incluso nos atrevimos a cuestionar, todos a una y sin falta de razón, los privilegios de un colectivo como el de los controladores aéreos, ¿de verdad pensábamos que podríamos seguir justificando, por ejemplo, que además de la Orquesta y Coro Nacionales de España, mantengamos también al Coro y Orquesta del Teatro Real, al Coro y Orquesta de RTVE, al Coro y Orquesta del teatro de la Zarzuela –este depende de la CAM-,…? Pues me atrevería a decir que sí. Sólo me haría cambiar de opinión que todos esos artistas antepusieran su condición de funcionarios a la de creadores. Por eso hoy, he cambiado de opinión.

Las artes escénicas son caras. Sus costes crecen pero hay algo que ya parece estar asumido desde el origen y es su baja productividad. Creo que hacer una función al día, dos los fines de semana, no es sinónimo de baja productividad. Sin embargo, sí me lo parece que los montajes del Centro Dramático Nacional, por ejemplo, en los que se invierten enormes cantidades de dinero público, no puedan verse en Valladolid, en Málaga o en Palma de Mallorca. Son espectáculos carísimos que se representan durante un mes, en el mejor de los casos, y mueren. Algo incomprensible incluso para los propios directores y actores que participan en ellos.

Me he cansado de preguntar por qué y la respuesta que obtengo siempre es escalofriante: los convenios y derechos adquiridos del funcionario que trabaja en los teatros son incompatibles con la creación. Se han convertido en su propio talón de Aquiles, cada vez más sensible, y llega a un punto en el que el funcionariado que trabaja en teatros públicos, desde orquestas y coros hasta técnicos y maquinistas, se ven como un auténtico lastre a la hora de sacar adelante cualquier propuesta escénica. Las proyectos ven la luz, desde luego, ahí están las programaciones para demostrarlo. Pero salen gracias a la paciencia y esfuerzo diplomático de los profesionales independientes de la cultura que, cada día, como inmersos en un teatro del absurdo, torean con normativas, convenios y representantes sindicales que pretenden que la creatividad tenga horario de oficina. Y la creatividad se paga, y debería pagarse muy bien, pero no se regula. Y eso, no tiene fácil solución.

Cuentan que Esperanza Aguirre (de ahora en adelante, Escalofrío Aguirre) quiso despedir a todo el coro del Teatro de la Zarzuela pero los costes que debía afrontar en indemnizaciones eran tan elevados que lo hacían imposible.

Algunos hablan que la solución reside en un sistema mixto de financiación cultural. Sobre el papel, parece lógico. Pero cuando usted, empresario privado, creador contratado por la empresa, entre en el teatro público para montar, imaginemos, una adaptación lírica de La Regenta, esto es lo que se va a encontrar. Y no es broma:

-debe trabajar con todo el coro. Es una imposición. Aunque su idea inicial fueran diez personas, usted la cambia y mete a 50.

-tienen dos horas de ensayo de escena al día, con una pausa de 5 minutos entre hora y hora. Si la pausa coincide en medio del ensayo de la escena, abandonarán la escena, sin esperar a finalizarla.

-no se ponen el vestuario hasta el ensayo pregeneral. Esto significa dos ensayos antes del estreno. Las posibilidades de solucionar cualquier error quedan considerablemente reducidas. Aunque las largas jornadas que tengan que emplear las personas de sastrería para arreglar los problemas y llegar al estreno no deben importarles mucho a sus ‘compañeros’ del coro.

-el coro no tiene la obligación de hacer ninguna acción teatral o coreográfica aparte de la de cantar. Si lo hacen se considera figuración y se cobra aparte.

-por si acaso algún cantante antepone su ilusión por el proyecto y su condición natural de artista a su rentable condición de funcionario, tanto el maestro de coro como la representante sindical, siempre presentes en todos los ensayos para comprobar que se cumple estrictamente el convenio, acudirán a recriminarle tal acción, que pone en evidencia al ‘sistema’, al convenio y al resto de sus compañeros.

-aunque falten unos acordes para acabar una escena y finalizar el ensayo, el coro se va a su hora en punto. Ni un minuto más.

- si los técnicos y maquinistas tienen que realizar algún cambio escenográfico sin bajar el telón negro, aunque sea a oscuras, lo tienen que cobrar aparte. Por convenio, a ellos no se les puede ver, ni siquiera intuir, en escena. Eso significa que aunque tengas allí a cinco maquinistas, deberás contratar a cinco externos para que hagan los cambios en la escenografía.

-si, por casualidad, alguien ha olvidado un objeto de atrezzo o un elemento de vestuario en la escena, supongamos, un sombrero, ese objeto solo podrá ser retirado de la escena por el responsable del departamento al que corresponda. Nadie más. Aunque eso comporte parar el ensayo hasta que aparezca la persona autorizada a tocar ese elemento.

-ensayas con un técnico de sonido, o con una regidora, y cuando llega el día del estreno, se piden el día libre que les corresponde y aparece un compañero suyo que no tiene ni idea del montaje.

Y estas son solo algunas pinceladas.

No me negarán que montar un espectáculo en un teatro público es una experiencia digna de una comedia de Billy Wilder o Woody Allen. Una experiencia que, en tiempos de crisis y con la espada de Damocles siempre encima de la Cultura, resulta insolidaria, desfavorable y tremendamente innecesaria. Porque entre el empresario privado explotador y este régimen de poder funcionarial, tiene que existir un término medio a favor de la Cultura y la creación. Y en ese término medio habita el estado del bienestar.

8 comentarios:

  1. Pero esa burocratización ha tenido que ser poquito a poco, en los ochenta no era así porque yo recuerdo haber visto en mi ciudad de provincias aquel espléndido "la hija del Aire" de Calderón con una estupenda Ana Belén (que me cae... excepto como actriz de teatro que me parece grande) o aquel "El Público" de Lorca del Centro dramático Nacional en colaboración con el Piccolo Teatro de Milán (todavía estoy flipando con la puesta en escena). Y muchas cosas.
    ¿Pues alguien tendrá que ponerle un límite no?
    Pero esto no solo pasa en España es un fenómeno bastante... europeo al menos por lo que conozco personalmente.
    En fin, qué pena que los sindicatos solo sirvan para esto.

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  2. Es una vergüenza. Si puedo decidir dónde va mi dinero, está claro que no iría para esa escoria humana afuncionariada que se dedica a chupar del bote y a no hacer realmente su trabajo.

    Y celebro que haya escrito este artículo y haber sido partícipe de su gestación en medio de hamburguesas y patatas fritas. No arreglaremos el mundo, pero por intentarlo que no se diga.

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  3. Sr. Tomás, ya sabe que el término medio es la panacea. Pero no solo en los teatros y sistemas culturales públicos, sino también en lo que tiene que ver con lo público en general. Hay que preservar os derechos del trabajador ante todo, pero sin menospreciar al trabajador de lo privado, que por cierto no tiene derecho alguno. Solamente por aprobar un exámen no quiere decir que se pueda tocar los pelotas de por vida. El término medio el la panacea, tanto en lo público como en lo privado.

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  4. Me parece muy interesante el punto de vista que plantea el artículo, pero en dicho artículo se podría entender erróneamente que los miembros de la orquesta del teatro real (Orquesta Sinfónica de Madrid) son funcionarios cuando no es así.
    Como integrante de la Orquesta Sinfónica de Madrid me veo obligado a aclarar que los músicos de la orquesta sinfónica de Madrid somos SOCIOS de dicha orquesta y esto significa una implicación total de los músicos tanto artística como profesionalmente en las actividades que desarrolla la orquesta ya que esta es gestionada por los propios músicos y eso nos permite poner la música por encima de cualquier otro aspecto de nuestro trabajo, evitando situaciones donde como las que el autor plantea en su artículo donde los artistas se acaban convirtiendo en un lastre para la creación. Además de esto, durante los 13 años que llevo en la Orquesta Sinfónica de Madrid esta ha demostrado una flexibilidad y colaboración durante las producciones del teatro real que nada tienen que ver con las situaciones extremas de "régimen de poder funcionarial" de las que habla usted.

    Manuel Ascanio

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  5. Muchas gracias Manuel por tu aclaración, por tu punto de vista y por dar esperanza a la creación desde posturas como la vuestra. Ojalá eso fuera así en todas partes y con todas las personas.

    Un abrazo

    Paco

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  6. Pues yo estoy en contra de que los espectáculos estén subvencionados. Lo siento, como ciudadana lo digo. Los espectáculos son un negocio. Independientemente de que sean cultura o no, y la cultura sea tan necesaria para la gente. También es necesario el dentista (y no me refiero a sacarse una muela sino EL DENTISTA)y no está subvencionado. Hay cosas de salud y de alimentación que no están subvencionadas. Los espectáculos son un lujo, igual que la peluquería (que tampoco está subvencionada), y deberían funcionar privadamente. Como un negocio al que se le saque pasta. La gente aprecia el arte; yo a la mayoría de espectáculos que voy me toca pagar la entrada íntegra y no por eso dejo de ir. Esta opinión la tienen también algunos actores que viven de esto ¿eh?. Además, el tema este de las subvenciones cae también en el enchufismo, y al final son siempre los mismos a los que subvencionan.

    Por otra parte con esto "todos a una y sin falta de razón, los privilegios de un colectivo como el de los controladores aéreos" yo no estoy de acuerdo ya que fuimos bastantes los que apoyamos a los controladores aéreos y vimos en todo el tema una sucia maniobra del gobierno; el primero el señor ministro de fomento, que no se puede ser más maquiavélico.

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  7. CUIDADO si todo ha de ser "negocio" ya no tendríamos ni Museo del Prado.
    ¿Cual es la diferencia entre el Instituto Cervantes y una academia de idiomas? Si alguien tiene una academia privada para enseñar español en Pekín ¿el Instituto Cervantes en Pekín sobra? ¿Es competencia desleal el Instituto Cervantes para esa academia que como negocio privado se esfuerza en mantenerse enseñando español en Pekín? Yo creo que el Instituto Cervantes es una institución imprescindible para la difusión del idioma español y de la cultura española en el mundo ES UNA INSTITUCIÓN y sus objetivos, su ámbito de actuación y su "inversión" a futuro deben garantizar esta tarea. Y no solo NO es competencia de la academia privada sino que refuerza su negocio. Ahora bien, ¿que pasaría si el Instituto Cervantes no cumpliera con su función, los profesores no enseñaran bien el idioma, o cobrarán unos salarios disparatados por enseñar? Pues sencillamente no cumpliría con su función institucional y debería cerrar y ayudar a la academia privada cuyo negocio consiste en enseñar el español. Cuando las instituciones culturales cumplen con su función y sus objetivos, son transparentes y todo ello se realiza con presupuestos económicos adecuados a su "rentabilidad cultural" son un BIEN PÚBLICO para todos. Cuando se convierten en centros endogámicos, con grupos de trabajadores y profesionales que no se vinculan al proyecto de carácter público y "extorsionan" a la institución dificultando el cumplimiento de sus propios objetivos, la institución debe despedirlos y que estos trabajadores y profesionales peleen en el "mercado" por conseguir sus privilegios, si la institución no esta preparada para actuar rápida y contundentemente en beneficio de "lo público", entonces debe desaparecer porque se acaba convirtiendo en centro de supervivencia de intereses “particulares” “privadísimos”, esa institución SOBRA debe DESAPARECER y la sociedad ya se dotará a sí misma de otra institución que cumpla con su cometido.

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  8. Totalmente de acuerdo. No comparto la opinión de Gata porque creo que confunde cultura y espectáculo. No es lo mismo un musical con las canciones de Mecano que una ópera contemporánea sobre Buñuel, por ejemplo. Y que el dentista debería formar parte de la seguridad social, estoy de acuerdo pero...¿qué tiene eso que ver? Hablamos de CULTURA, no de Shakira, que si bien también puede formar parte de esa denominación, ya tiene otros canales por los que difundir su trabajo y ese trabajo es rentable, porque es espectáculo, y por lo tanto no precisa subvención. Pero sin subvención, despídase usted de Lope de Vega, de la ópera contemporánea, de los conciertos de música clásica y de los montajes teatrales de un autor totalmente desconocido.

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