martes, 11 de enero de 2011
Audreynaria
Marta y yo estamos desolados. Un estudio de una empresa inmobiliaria ha llegado a la conclusión de que necesitamos 47 años de nuestra vida para pagar una vivienda y que la única manera de reducir ese implacable y exorbitante paso del tiempo es adquiriéndola en pareja, invirtiendo, en ese caso, la módica cifra de 24 años. “Las empresas sólo deberían hacer estudios que desprendiesen resultados optimistas. No sé si el país funcionaría mejor pero al menos no tendríamos la esperanza tan desgastada”, le comenté a Marta mientras caminábamos sin rumbo fijo, como indefensos frente al acecho de la locura, que diría el personaje de un buen melodrama. Fue entonces cuando, al pasar junto al escaparate de una importante tienda de decoración, Marta dijo: “Mira, también se puede estar peor”. Y señaló un rincón de la tienda en el que el magnético rostro de Audrey Hepburn estaba por todas partes; en cuadros, en manteles, en vasos, en servilletas, en posavasos, en monederos, en delantales, en agendas y hasta en felpudos. De repente, sin pretenderlo, fuimos testigos del sacrilegio. El mito había muerto. Su imagen, convertida en un reclamo, estaba a punto de arder por combustión espontánea. Desde las tiendas de decoración más exclusivas hasta las más vulgares, todas presentan en sus estanterías y almacenes cientos de gestos de la que fuera icono de la distinción. Imagino que los herederos vivirán en villas de lujo, allá por California, ajenos a todo, pero noté como Audrey olía a quemado. Yo, que aparte de varios libros y películas -La calumnia es mi favorita- sólo tengo un imán para la nevera y una camiseta con la universal pose sacada de Desayuno con Diamantes, no podía dar crédito a la evidencia. La que fue uno de los símbolos de la elegancia, de la sofisticación, la creadora de un estilo y musa de Givenchy, ahora estaba convertida en un felpudo que cualquiera podía pisar. “¿Tú te comprarías un bolso con la cara de Audrey?”, le pregunté a Marta, con un nudo mitómano en la garganta. “Ni muerta. Han logrado que su sola presencia en cualquier complemento me resulte vulgar. Te compras un bolso con una maravillosa foto suya y acabas hecha una ‘audreynaria’”, soltó Marta. Y continuamos nuestro camino; con la esperanza hecha vintage y la mirada triste en los zapatos. Ambos indefensos frente al acecho de la locura.
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¡Verdad! ¡Hasta a Penelope Cruz nos la quisieron vender de Audrey Hepburn! ¿Habrase visto mayor sacrilegio!
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