Ayer hablé con un amigo que me recordó unos artículos que yo escribía en el Diario de Mallorca hará siete años o más. La sección se llamaba 37 Grados. Únicamente se publicaba en verano y la alusión a las altas temperaturas y a las fiebres que contagian nuestras relaciones personales durante esos meses fueron argumentos que me convencieron para titularlo así. Además, así me servía de modesto homenaje al temazo de Radio Futura que tanto me gustaba.
Los artículos narraban, en clave de humor, mi relación de amistad con una pija mallorquina llamada Catalina, aunque en su ambiente era conocida como Cata. Hija de unos padres simpatizantes del PP balear, vivía en Son Vida (una zona residencial exclusiva) y tenía una visión de la vida que chocaba continuamente con la mía, lo que provocaba gags a cada párrafo.
Aquella sección, que comenzó como un contenido ameno del periódico para los meses de verano, acabó publicándose varios años y tejiendo una red de seguidores que incluso, a mí mismo, llegaron a sorprenderme. Uno nunca llega a ser consciente de que el proceso solitario de creación acabe llegando a tantas personas. Imagino que si fuera consciente, el vértigo y la castrante responsabilidad me impedirían escribir.
El caso es que ayer, varios años después, recibí la llamada de un amigo de Palma que me contó cómo hace unos días, en una conversación entre un grupo de personas, una chica llamada Cata aludió a mis artículos, a lo mucho que le gustaban, a que era el primer contenido del periódico que leía todas las mañanas, y preguntó si se habían publicado como libro, ya que le haría mucha ilusión recuperarlos. Me sorprendió que aún hoy, haya personas que te recuerden por un trabajo que tú ya habías resguardado en algún rincón de la memoria.
Por eso he buscado por la red alguno de esos artículos -yo no los tengo, un disco duro en mal estado acabó con ellos hace varios años- y he decidido colgarlo aquí, en mi blog.
Y si alguien conoce a alguien que tenga una editorial y le apetezca recopilarlos para su publicación, que sepa que me haría muy feliz.
El artículo, éste en concreto, decía así:
Aún colea la visita a Cabrera de la madre de mi Cata con motivo de la tradicional suelta de tortugas. Al parecer, todo iba como la seda. Matas sonreía, Rosalía Gil de Mendoza hizo varias fotografías, Matas sonreía, María del Carmen Estrada se atrevió con el vídeo digital, Matas sonreía y María Luisa Fernández de Góngora se encargó de lo que ella llama ‘piscolabis’ en la cubierta de su yate mientras Matas sonreía. “Todo divino hasta que sucedió algo horrible”, contaba mi Cata por teléfono. “En plena suelta de tortugas, con todo el mundo mirando, va mi madre y dice: ‘Desde luego, hay que reconocer que el caparazón de las tortugas es precioso. En casa tenemos uno enorme de adorno y otro más pequeño en la mesita del salón. Recuerdo que mi marido, que en paz descanse,lo utilizaba de cenicero’ ”. “Vaya, creo que comprendo tu bochorno”, comenté. “Ese tipo de comentarios en un acto ecologista son...” “¡Mentira! ¡Son mentira!”, interrumpió mi Cata. “Y eso es lo que me parece horrible. En casa hemos tenido águilas disecadas, cabezas de jabalí y de ciervo en la finca de Campos, dentaduras de tiburón, colmillos de marfil y hasta creo recordar un lince monísimo, tan bien disecado que sólo le faltaba hablar. De todo menos caparazones de tortuga. De eso no hemos tenido jamás. No entiendo por qué tiene que mentir en algo tan tonto cuando una casa llena de animales demuestra el interés familiar por la naturaleza”, dijo ella. Permanecí en silencio cerca de nueve minutos. El tiempo suficiente para que mi Cata colgase y para que yo no la insultase. Todo un record.
Yo, como Cata, leía siempre que podía sus artículos en ése diario, y recuerdo la foto que le acompañaba; con una sonrisa de oreja a oreja y mirando por encima de las gafas. :)
ResponderEliminarSeba, me has dejado con la boca abierta...
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