Yo era de esos que odiaba la clase de gimnasia. Sólo pensar que tenía que meter el chandal en una bolsa de deporte me provocaba una subida de la fiebre que en alguna ocasión me libró de ir a clase. Veo la educación física como una asignatura espartana en la que los más fuertes y diestros humillan a los débiles sin esfuerzo, sin proponérselo apenas, y eso es recompensado con un notable. Los profesores olvidan que en esa época los niños empiezan a tomar conciencia de su cuerpo, de su habilidad, de sus posibilidades y de sus consecuencias, que acaban siendo más discriminatorias para el ‘torpe’ que no supera las pruebas físicas que para el ignorante que confunde la b con la v. Por eso pasé media infancia practicando la estrategia del niño invisible, intentando pasar lo suficientemente desapercibido como para escaquearme de clase sin problemas. No era bueno practicando deportes (el fútbol se me daba fatal) y tampoco lo era acometiendo la carrera hacia el potro, trepando a lo alto de una cuerda o saltando y dando una voltereta encima del plinton. Más bien era el que tomaba carrerilla y cuando se veía cerca del potro, como si estuviera frente a un muro inquebrantable, frenaba en seco y se tragaba los dientes ante la carcajada sonora de todos sus compañeros. Vale, está bien, lo reconozco: fui un niño acomplejado. Pero tuve la suerte de crecer en la España de las tribus urbanas y encontrar un lugar en el que olvidar los traumas, alimentar mi siniestro orgullo y dejarme el pelo a lo Robert Smith. Y aunque a estas alturas, y tras pasar por algún gimnasio, sigo teniendo la misma elasticidad que una barra de titanio, noto que soy más de reflexión que de flexión. Creo que con una buena reflexión, sobre todo esas que tienen que ver con uno mismo, puedes llegar a quemar más calorías que con veinte flexiones. Agota igual pero, de alguna manera, satisface más. Para mí que reflexionar genera endorfinas.
martes, 4 de mayo de 2010
20 flexiones
Yo era de esos que odiaba la clase de gimnasia. Sólo pensar que tenía que meter el chandal en una bolsa de deporte me provocaba una subida de la fiebre que en alguna ocasión me libró de ir a clase. Veo la educación física como una asignatura espartana en la que los más fuertes y diestros humillan a los débiles sin esfuerzo, sin proponérselo apenas, y eso es recompensado con un notable. Los profesores olvidan que en esa época los niños empiezan a tomar conciencia de su cuerpo, de su habilidad, de sus posibilidades y de sus consecuencias, que acaban siendo más discriminatorias para el ‘torpe’ que no supera las pruebas físicas que para el ignorante que confunde la b con la v. Por eso pasé media infancia practicando la estrategia del niño invisible, intentando pasar lo suficientemente desapercibido como para escaquearme de clase sin problemas. No era bueno practicando deportes (el fútbol se me daba fatal) y tampoco lo era acometiendo la carrera hacia el potro, trepando a lo alto de una cuerda o saltando y dando una voltereta encima del plinton. Más bien era el que tomaba carrerilla y cuando se veía cerca del potro, como si estuviera frente a un muro inquebrantable, frenaba en seco y se tragaba los dientes ante la carcajada sonora de todos sus compañeros. Vale, está bien, lo reconozco: fui un niño acomplejado. Pero tuve la suerte de crecer en la España de las tribus urbanas y encontrar un lugar en el que olvidar los traumas, alimentar mi siniestro orgullo y dejarme el pelo a lo Robert Smith. Y aunque a estas alturas, y tras pasar por algún gimnasio, sigo teniendo la misma elasticidad que una barra de titanio, noto que soy más de reflexión que de flexión. Creo que con una buena reflexión, sobre todo esas que tienen que ver con uno mismo, puedes llegar a quemar más calorías que con veinte flexiones. Agota igual pero, de alguna manera, satisface más. Para mí que reflexionar genera endorfinas.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
Yo creo que las clases de gimnasia de ahora, no son como las de antes, si bien he sudado como un cerdo inútilmente, también he disfrutado pasándomelo bien con mis compañeros, es muy cierto (y triste) que la humillación es mayor cuando suspendes los toques de balón que cuando suspendes el examen de matemáticas, pero eso es algo que una vez visto con perspectiva... puede llegar a ser incluso hasta reconfortante (yo estoy en la universidad y el "flipao de turno" vete a saber donde estará) pero creo que gimnasia es una tiempo a mejorar y no a erradicar
ResponderEliminar