Lo que más me sorprendió de la Pasarela Cibeles de este año no fue la ropa. Me encantó ver los trabajos de Amaya Arzuaga, Ion Fiz y Carlos Díez pero, como sospecho que sucede siempre en este tipo de eventos, lo asombroso estaba fuera. Asistí a la presentación de AA de Amaya Arzuaga, una especie de segunda línea que sigue siendo Amaya en estado puro. El desfile comenzaba a las 15.00 horas y llegué al recinto ferial sin apenas haber comido. Entre ‘estands’ precedidos de largas colas femeninas para que te maquillaran y, acto seguido, subieras a una cinta de andar y fingieras estar desfilando por una pasarela, a lo Alejandra Alonso, yo buscaba, disimulando mi ansiedad, algún lugar en el que comer algo. De lo que mi estómago no se había percatado aún era de que en una feria llena de modelos y tallas 38 lo que menos hay es comida. Había cerveza gratis – la frase “la cerveza no engorda; lo que engorda es la tapita que te zampas con la cerveza” ya es un clásico que debería serigrafiarse en las camisetas-, revistas y sorteos de productos de belleza, pero un bocadillo de jamón…eso no. Finalmente encontré un carrito, como esos que venden helados por Central Park, lleno de barritas Special K. “Comida de modelos”, pensé. Dado el número de personas que rodeaban el carro llegué a la conclusión de que no era el único que pasaba hambre en ese lugar. La pauta de comportamiento está en fingir que la barrita de cereales te importa un pepino y atraparla incluso con cierto desdén; que nadie note que tienes hambre. Desear comer está muy mal visto en una pasarela de moda. La chica encargada de repartir las barritas miraba a la gente con arrogancia. Para ser azafata en Cibeles basta con ser alta y guapa, no tienes encima la obligación de ser simpática. “Si quieres simpáticas, contrata feas; las guapas bastante tenemos con mantenernos así de estupendas”, leí en su pensamiento. Fingiendo leer los ingredientes de la barrita, pillé tres –coger más de una es una ordinariez imperdonable- y por lo menos entretuve el estómago.
Otro aspecto fascinante de un desfile es lo que se conoce como ‘front row’, o sea, la primera fila de público. Allí tienen su asiento reservado las celebrities, a pie de pasarela y a buen tiro de fotógrafo. A veces hay tanto famoso que están sentados como si fuera el metro en hora punta. Impresiona ver a Soraya, María Esteve, Agatha Ruíz de la Prada, Natasha Yarovenko, Ana Turpin y Toni Acosta sentadas casi sin espacio para poder cruzar las piernas. La que parecía no haberse perdido ni un desfile era Carmen Lomana, que en la semana de Cibeles se había retratado con tanta gente que creo que habrá superado a los personajes de cualquier parque temático del mundo. Por cierto, cada vez que veo el anuncio de hamburguesas que esta mujer ha protagonizado, no llego a entender lo que quiere transmitirme. No sé si pretende que crea que ‘a la parrilla’ es la manera de cocinar la carne que ella prefiere, o si es que está expresando lo mucho que le gusta la carne a la parrilla o qué. En su reducida libertad de expresión, es lo que tiene el bótox, uno no alcanza a comprender el significado del eslogan. Quizá sea de interpretación libre, como los finales de las pelis de David Lynch.
A mi lado, algunas chicas, con actitud de ser pequeños diablos vestidos de Prada, charlaban entre ellas y criticaban que si Carla Bruni o Samantha Cameron habían apoyado con su presencia la semana de la moda de sus ciudades, resultaba escandaloso que Sonsoles Espinosa nunca hubiera asistido a Cibeles. Me temo que lo que esas chicas no tenían en cuenta es que, casi con toda seguridad, en París o Londres ellas tampoco estarían allí sentadas. Las pasarelas de esas ciudades son mucho más exclusivas y elitistas que la nuestra y solo tiene asiento en el desfile quien, por la razón que sea, debe tenerlo. En París o Londres no te encuentras a una sentada en tu asiento, no está la gente tirada en las escaleras de acceso a las tribunas, no acceden las amigas de la azafata de Ifema que las ha colado para que se hagan una foto con algún famoso,…pero esos detalles siempre se nos olvidan. No me extrañaría nada que el día menos pensado se invitara a Belén Esteban a Cibeles. Quizá ese día asistamos al principio del fin. Aunque si tenemos en cuenta que ‘la Esteban’ sale por unos dos millones y medio de euros al año, lo mismo a la industria textil de este país le compensaba tener a la ex de Jesulín entre sus clientas.
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