ARTICULO PUBLICADO HOY EN 'DIARIO DE MALLORCA'
Cuando me ofrecieron escribir esta columna semanal, lo primero que pensé fue en un título. Hay escritores que van componiendo su novela y al final, eligen un epígrafe total. A mí me gusta empezar por el título, aunque sea muy provisional. Ponerle un nombre a lo que estoy escribiendo condiciona, en un principio, mi actitud frente al texto y también proporciona una confianza siempre necesaria cuando uno se enfrenta al abismo en blanco del papel. Tuve un brainstorming conmigo mismo y opté por ‘El ingenuo seductor’. Llegué a él a través de ‘El guardián entre el centeno’, la obra de J. D. Salinger, que cuando se editó en catalán apareció con el título de ‘L’ingenu seductor’. Sin vocación de pretencioso, opté por ese nombre por todo lo que tenía la novela de escaparate de las costumbres y escenas urbanas, de acuarela social. Y aquí estoy, convertido en un personaje más de mi propia narración; un personaje que en ocasiones puede pensar como el adolescente Holden Caulfield pero que, en el fondo, está dibujado por Daniel Clowes.
Todo este párrafo, que huele más a justificación que a prólogo, intenta revelar que quizá debería haber titulado esta columna ‘El ingenuo voyeur’ o ‘Mi vida en 140 caracteres’, dada la relevancia que las redes sociales están adquiriendo en mis últimos escritos, en detrimento de la vida real. Me pregunto si Holden Caulfield, el protagonista de ‘El guardián entre el centeno’, tendría perfil en Facebook. Sospecho que no. De tenerlo, lo tendría en Twitter pero, en el fondo, los pondría a todos a parir. El caso es que, si la semana pasada explicaba lo sorprendido que estaba ante la reacción de algunos (muchos) usuarios de Twitter ante la broma del director de cine Nacho Vigalondo, esta semana puede parecer que me contradigo. No es así. Creo que lo que transformaba en absurdo todo aquello no era la forma, sino el fondo; no era que el entorno de la broma fuera la red social sino que alguien se tomase la broma en serio. De hecho, el propio Vigalondo se lo ha contado a su manager en Los Angeles, que es judío, y se ha descojonado de la risa. Pero no creo que expresar tu opinión por Twitter sea menos importante, o relevante, que hacerlo en una entrevista en un programa de La Sexta, por ejemplo.
Esta famélica reflexión se desencadena cuando el presentador de La Noria, Jordi González, muestra su apoyo –vía red social; últimamente no voy a estrenos ni a nada- a Carla Antonelli y rechaza la línea editorial de Intereconomía, cadena de televisión en la que un neandertal llamado Xavier Horcajo criticó la entrada de la activista lgtb en la lista electoral del PSOE a la Comunidad de Madrid con varios insultos de una catadura moral y ética asquerosa. A ese mensaje de Jordi González, una usuaria contestó: “Y que eso lo diga uno que trabaja en la telebasura de Telecinco es para descojonarse”. A lo que el presentador respondió: “Telebasura tu puta madre, guapa”. Aquello corrió como la pólvora por el patio de vecindad y acabó siendo noticia del día, junto a las protestas en la plaza de Tahrir y el endeudamiento de las comunidades autónomas.
Podemos pensar que esa conversación virtual es menos destacable que si ese mismo diálogo hubiera sucedido en un plató de televisión o en una rueda de prensa. No entiendo porqué se le quiere restar importancia a la red social y convertirla en un parque de atracciones donde lo único que podemos hacer es divertirnos. Y volvemos a Vigalondo. El director de ‘Los Cronocrímenes’ apuntó: “Por favor, basta ya. No convirtáis Twitter en una reserva de moralina rápida. Lo de Jordi González es OTRA chorrada. NO ES RELEVANTE”. Estoy de acuerdo. No es relevante como lo es la situación política de Egipto o los despistes de Rato al frente del FMI. Pero no es una chorrada. Es una opinión. Una opinión que nos podría conducir a un interesante debate sobre si algo que eligen y consumen muchas personas no puede ser definido como ‘telebasura’ porque eso sería insultar a esas personas. Y que ese debate se genere en una red social o en La Noche en 24 horas, es indiferente.
Sólo añadir que por mucho que me guste una hamburguesa del McDonalds, nunca me sentiré insultado cuando se la defina como ‘fast food’ o ‘comida basura’. Sé lo que me estoy comiendo. Y sé lo que es un solomillo de ternera de Aliste. Que no somos tan bobos, señor González.
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