“Eso pasa por tomarte la vida tan a pecho”, me soltó mi amiga Marta después de escuchar mi narración. Quedé con ella en un café del centro para contarle que había tenido una cita. Ya sé que hay personas a las que este dato les resulta tan cotidiano que no entenderán mi recreación, a la que calificarán de desproporcionada. Podría decir que realmente soy un tipo desproporcionado, pero tampoco quiero crear falsas expectativas entre posibles amantes aficionados a leer columnas de opinión. Pero lo que es cierto es que soy un individuo de pocas citas. Por eso, cuando tengo una, la vivo como si fuera Nochevieja, la boda de mi mejor amigo o la retirada definitiva de Julio Iglesias de los escenarios: con mucha emoción y una entrega casi adolescente. Y según Marta, ahí está el error. Uno se pasa los domingos sentado frente a la tele, sin prestarle atención al telefilme basado en hechos reales, y dejando volar la imaginación hacia el páramo de la nostalgia o, en el mejor de los casos, hacia la ensoñación de la cita perfecta. Una disfunción cerebral hace que te imagines la cena, las velas, la balada de Norah Jones, el cutis radiante, la sonrisa encantadora, el polo de Ralph Lauren que te queda como un guante y no remarca lorza alguna y el vaquero que te hace un culo tipo Bon Jovi. Entonces, llega la cita e intentas poner en práctica tu fantasía animada dominical. Te afeitas, porque la barba canosa te hace mayor: te cortas y te irritas, porque es inevitable. Te aplicas corrector de bolsas para los ojos, pero no funciona porque lo que tú quieres es que la crema actúe sobre las bolsas como hace el Fairy con la grasa y eso, es imposible. El polo es de Ralph Lauren, eso sí, pero la lorza es digna de Michael Moore. Y no se va. Nunca se va. Está saturada. Como la grasa de las patatas fritas que te comiste en tu última depresión. Menos mal que si camino como si fuera un avestruz, marco un poco de culo. Lo del pelo no tiene solución. Te encantaría rapártelo, pero ya es tarde y te lo engominas hasta atentar contra los tratados de Kioto. Resultado: estás horrible. Y solo hay una cosa peor que estar espantoso: estar espantoso pero dando pistas de que has intentado parecer divino. Humillante. Y como llegas a la cita con la autoestima anorexica, no das lo mejor de ti y la cita es un fracaso. Si ya me lo decía Marta: “Te exiges demasiado”. ¿Será verdad?
Pues mira, antes a mi me pasaba lo mismito, pero un día analizando las causas decidí cambiar de estrategia y ahora utilizo la técnica contraria: no me peino y como mucho me afeito los pelillos de la nuca esos que me crecen mas rápido que el resto. Me visto... 'no mal' es decir, con evitar colores 'fosforitos' y estampados floreados, como que ya. Lo único: jabón y colonia. Si hay barba de dos días de afeitarse nada, que los granitos son un coñazo, que se joda y se rasque un poco, ya te tocará a ti, seguro... Eso si, hay que llegar a tiempo, asi si el otro se retrasa ya juegas con un punto a favor. Y si por el camino me encuentro con algún conocid@ que me mira con cara de horror por ir con ese aspecto a una cita, les explico que si lo que quiero es una relación duradera la sinceridad es muy importante, y que mejor muestra de sinceridad que mostrarle a tu futuro marido la cara que tendrás los lunes por la mañana...
ResponderEliminarPues le digo ya que funciona. Y con lo que me ahorro en cremas y americanas 'emidio tucci' me he comprado un ipad pa escribirle los comentarios desde la mesa de la cocina...