No puedo con ellos. La simple idea de imaginármelos correteando a un metro de distancia me parece nauseabundo. Me refiero a las ratas y ratones, a los millones de roedores que antaño habitaban en el subsuelo y que, dado lo prolífico de su especie (se reproducen entre una y trece veces al año), están empezando a pasearse por nuestro hábitat con una tranquilidad aterradora. Precisamente acabo de terminar un libro protagonizado por uno de esos bichos: Firmin. La novela, escrita por Sam Savage, cuenta la historia de una rata conmovedora y hasta divertida que se alimenta de libros y que, a medida que avanza la historia, va descubriendo cómo su emoción y sus miedos se vuelven humanos. Una lectura en la que he tenido que hacer grandes esfuerzos por no imaginarme al mamífero protagonista en el salón de mi casa, delante de un libro, devorando sus páginas. El universo de la ficción y los roedores son los responsables de una de las primeras decepciones del ser humano. Mickey Mouse, Speedy González, Pixie y Dixie, Stuart Little,...son roedores encantadores que iluminan nuestra infancia. De pequeños, todos hemos adoptado un hamster porque era lo más parecido al ratoncito del cuento mientras nuestra madre gritaba: “Qué asco. ¡Quítame ese bicho de delante!” Y pensabas que tu obligación era estar al lado de esa criatura marginal hasta que un día descubrías que ese ser amable de las películas y los tebeos realmente era una amenaza para la salud. Después te enterabas de lo de los Reyes Magos y ya no había terapia que te salvase. Reconozco el mérito del autor. Convertir en figuras simpáticas y entretenidas a esa categoría de bichos es un desafío. Leer este tipo de novelas o enfrentarme a ese modelo de protagonistas resulta toda una terapia para mi fobia aunque confieso que no he notado evolución alguna en mi tolerancia hacia el mundo rata. Como cuando me senté a ver Ratatouile y llegó la secuencia de la cocina llena de ratas. Pensé que si el filme de Disney se hubiera rodado con personajes reales estaríamos ante una película de terror apocalíptico. Me acordé del restaurante ‘Serendipity 3’ de Manhattan, el mismo que se jactaba de tener en la carta el postre más caro del mundo (25.000 dólares), y que fue clausurado al detectarse la presencia de ratas en el local. Creo que voy a demandar a Disney por engaño y manipulación a la infancia. Por cierto, Firmin es muy recomendable. Contradicciones humanas.
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