Marta y yo estábamos esperando a Encarna en el café Mon. Habíamos sacado entradas para ver Las chicas de la lencería y nos tomábamos un ‘algo’ junto al ventanal que enmarca la puerta del cine. Entonces fue cuando sucedió todo. Vimos cómo Encarna se despedía de un joven moreno, de pelo rizado y notable atractivo, que besaba su mejilla con una seductora sensibilidad. Ante nuestro asombro, Encarna caminó hasta el café, nos localizó entre la clientela, avanzó hasta nosotros, se sentó y sonrió. “Parece que empieza a hacer bueno, ¿verdad”, dijo. Fuera, la lluvia no dejaba de caer. Pidió un té muy caliente y se puso a hablar de una crítica que había leído de la película que a nosotros hacía como veinte minutos que había dejado de interesarnos. Lo único que queríamos saber es quién era ese chico. Así que mientras Encarna decía no se qué de Suiza y el Oscar a la mejor película de habla no inglesa, Marta interrumpió: “¿Nos vas a decir quién era ese tío o vamos a tener que inventárnoslo?”. Encarna nos contó que se trataba de su ‘coach’ emocional, un entrenador de la vida amorosa. “Es lo último en Estados Unidos. Con dos citas ya evalúa tus necesidades y tus carencias, te hace una tabla, y ¡venga, a practicar habilidades sociales!” “¿Te lo tiras?”, preguntó Marta, con tono fiscal. “No seas ordinaria”, recriminó Encarna. “Es mi entrenador personal, como el que tienes en el gimnasio. ¿Acaso te tiras tú al tuyo?”. “Porque no se deja”, asintió Marta. “Es mucho mejor que una agencia matrimonial porque me ayuda a encontrar el amor pero me obliga a hacer todo el trabajo. No sé si me explico”, apuntó Encarna. Marta y yo negamos con la cabeza. “Es como si yo levantase las pesas pero él me guiase para que no me lastimase”, añadió. “Cariño, date por jodida”, atacó Marta. “Y no precisamente en el mejor sentido de la palabra”, sumó. “Te has enamorado de tu entrenador y eso es lo peor que te puede pasar. Bueno, eso y depilarte las axilas en un salón de belleza regentado por chinos”. “No lo entiendes. Él se dedica a ayudar a los torpes, tímidos y estresados a encontrar el amor”, levantó la voz Encarna. “¿Para qué quieres a un tipo que cobra a torpes, tímidos y estresados por emparejarse con otros torpes, tímidos y estresados?”, contraatacó Marta. Esa tarde no fuimos al cine. Acabamos en urgencias, con la mano de Marta quemada por culpa de un té caliente que Encarna dejó caer por casualidad.
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