martes, 23 de agosto de 2011

Un Ford Fiesta del 95


Como todos los que alguna vez nos hemos sentido abandonados, aquel Ford Fiesta del 95 estaba convencido de que el día menos pensado volverían a buscarle. Creía que su dueño era un sentimental y que no soportaría separarse de él así, sin más explicaciones, sin una ITV o una excusa miserable que echarse a los antiniebla. Pero la pena no sale, deja mancha; un cerco que se queda para siempre en la tapicería y del que resulta imposible olvidarse.

Mientras esperaba, comenzaba a idealizar la relación con su dueño, a olvidar aquel día que le dejó sin gota de gasolina camino de Lluc o cuando le agotó la batería con sus despistes. El Ford Fiesta del 95, sin matrícula, recordaba lo bueno hasta elevarlo a la máxima potencia. Como aquel día que sus alfombrillas se llenaron de arena de playa, o su maletero acogió cajas y cajas durante la última mudanza, o cuando el asiento que hay junto al de él servía para recostar a alguna de las mujeres más desinhibidas de la ciudad. Pero nada podía igualarse a esos domingos de limpieza general, cuando le dejaba hecho todo un relumbrón por dentro y por fuera.

Y así un día tras otro, fingiendo algo entre los dos, ignorando que el abandono alteraba su carrocería, cegaba sus retrovisores y desinflaba sus neumáticos. Hasta que los encargados del ayuntamiento le plantaron una pegatina y, días después, vinieron a buscarle. Fue entonces cuando se dio cuenta de que el interés y la entrega humana tenían fecha de caducidad. Seguramente ahora un coche más reluciente, más moderno, con los neumáticos duros, como los suyos el primer día, será el que le acompañe a la playa, el que se llene de cajas en la próxima mudanza y el que transporte a sus nuevas conquistas.

Y se dejó llevar hasta un lugar del que nunca jamás regresaría. Un lugar en el que permaneció un tiempo, rodeado de los cerca de 3.000 vehículos que, aquellos hombres que le recogieron, habían retirado el año anterior.

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