El otro día, mientras mi amiga Marta y yo caminábamos por la calle Fuencarral, nos preguntaron de qué estábamos hartos. Debía tratarse de una de esas encuestas que se hacen para la radio, relleno para algún reportaje basado en alguna estadística patrocinada por una empresa cualquiera, con el único fin de darle una importancia sociológica al producto que comercializa.
Marta estuvo a punto de agotar la batería del minidisc con su exposición de hartazgos. “De las multas de la O.R.A, de las declaraciones de la Conferencia Episcopal, de las personas ciclotímicas que unos días te saludan efusivamente y al siguiente parece que les debes dinero, de la gente que hace cola en el McDonalds durante minutos y cuando llega a la caja es cuando se pone a pensar qué quiere comer,...”, enumeró Marta.
“¿Y usted?”, me preguntó la periodista, arrancando el micrófono de las manos de Marta. “¿Yo? Yo estoy harto de las series sobre familias para ver en familia. Quiero que las televisiones programen series para que un adulto pueda verlas solo. No quiero más médicos, ni policías. No quiero más familias tradicionales, sean los Alcántara o los Serrano, los Mata o los Gómez; quiero ver capítulos sobre una familia rencorosa, en la que los hermanos se detesten porque siempre hay una espabilada que manipula a la abuela para quedarse con la herencia y poderme reír de ello; quiero ver familias desestructuradas, con personajes especialmente dotados para la ingesta desproporcionada de alcohol, ludópatas, adictos a los ansiolíticos; quiero ver la primera temporada de una serie en la que los niños sean crueles y, si me apuras, esnifen pegamento; quiero sentarme delante de la televisión y reírme de la vida misma”.
La periodista dibujó una sonrisa de pavor en su rostro, balbuceó un ‘gracias’, apagó el minidisc y desapareció como alma que lleva el tornado. “Te has pasao”, me recriminó Marta. “Tienes que volver a la consulta del psicólogo”. Y acto seguido me recomendó Gran reserva, Aída y Gente, que aunque no es una serie, tiene todos los ingredientes para amargarme la existencia que, según ella, es lo que yo le pido a la ficción. Nadie me entiende.
Yo si te entiendo y en este punto en particular no puedo estar más de acuerdo...
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