viernes, 26 de agosto de 2011

Los muertos


No hace ver El Orfanato, ni Los Otros, ni El sexto sentido para sospechar que, quizá, el ‘más allá’ se manifieste en el ‘más acá’ con una naturalidad preocupante.

Mi madre entra en el salón y dice: “Bajo un momento a la plaza. Si viene el de los muertos, el dinero está sobre el taquillón”. Y se marcha. No es un sueño. En mi casa, desde que tengo uso de razón, ‘los muertos’ vienen una vez cada trimestre. Y asustan, pero con sus cuotas, que crecen a medida que cumples años, en un concepto macabro de la ley de la oferta y la demanda. “Por lo menos dejan recibo”, bromea mi hermana. Mi madre tiene tantos resguardos que podría pagarse quince funerales con lo recaudado. Son las mútuas, seguros y cofradías, que en casa siempre se las ha reconocido como ‘los muertos’, las que albergan el honor de hacer negocio con ‘lo inevitable’.

Nos gustaría no tener que hablar de ellos, que no estuvieran ahí, pero siempre aparecen, recordándonos su existencia, y el fin de la nuestra, cada tres meses. Vemos el recibo encima de la mesa y se nos queda la piel blanca; de un blanco Nicole Kidman, y miramos hacia otro lado. Mi madre es la única de la familia que sigue cumpliendo con el ritual. Alimenta a ‘los muertos’ para que algún vivo subsista como un rey. Incluso lo hace por nosotros, pagando nuestras cuotas. Creo que es una pena que la Iglesia desmintiera la existencia del limbo. Sospecho que muchos pondríamos en peligro el negocio al elegir deambular por viejos orfanatos o casas abandonadas en lugar de abonar nuestro fin desde el principio. Solo un detalle más: los vivos que rodean a ‘los muertos’ no son ni la mitad de atractivos que los de A dos metros bajo tierra. Que si algo tiene la ficción, es que siempre resulta más atrayente.

No hay comentarios:

Publicar un comentario