Hay quien, cuando cree que la vida le sonríe, lo pinta todo color de rosa. A primera vista, me resulta tan naif que me parece hasta entrañable. No quiero pecar de déspota, pero siempre que he pintado la vida color de rosa, el destino, metamorfoseado en paloma, ha cagado encima. El rosa es un color contradictorio; me provoca las mismas dosis de atracción que de rechazo. Es lógico: se trata de un color que nace de mezclar blanco (pureza, virginidad) y rojo (pasión, deseo). Y aunque esa discordancia me estimule, huyo de ella procurando pintar mi vida de otro color. Tarea ardua para un discrómata como yo, pero ese es otro tema. Me incordia no tener la posibilidad de diferenciar los matices, los detalles, que diferencian un color de otro. Especialmente porque si disfrutase de esa característica, ya hubiese encontrado un tono con el que definir mis días rosas. Algo que mezclase la inocencia con el pragmatismo, la imaginación y la realidad. Yo, en esos casos, voy a empezar a decir que tengo un día ‘con tonos Caoba’, muy L’Oreal. No porque sepa qué color es el ‘tono caoba’ sino porque lo relaciono con la vedette mallorquina Vivian Caoba, una mujer que mezcla lentejuelas y lentejas, o sea, que es, a partes iguales, fantasía y sensatez.
Ya les he hablado mucho en este rincón de la fiesta ‘¡Qué Maravilla!’, que organiza cada mes el actor Jorge Calvo, y que es la cita festiva de moda en la capital. Pues bien, Vivian Caoba es la artista residente de esa fiesta. Las colaboraciones van cambiando de una edición a otra pero las únicas estrellas estables son Vivian y Omeoprazol (personaje interpretado por el actor, también mallorquín, José Martret). En el último ‘¡Qué Maravilla!’, que en esta ocasión tenía el subtítulo de ‘una fiesta para señoras separadas y que no están bien’, la Caoba brilló con luz propia. Se fotografió con el libro del escritor y guionista Juan Flahn, ‘De Gabriel a Jueves’, una novela que ya tiene su propio Club de la Lectura en Facebook, donde todos –amigos, conocidos o simplemente lectores- se retratan leyendo el libro. Desde el director de cine Félix Sabroso a Boris Izaguirre, pasando por la actriz Loles León, el diseñador Lorenzo Caprile e, incluso, yo mismo (qué osadía incluirme en esta lista de nombres pero…como el artículo es mío…), tenemos nuestra foto leyendo el libro de Juan. Desde el pasado domingo, también está Vivian.
Ella tiene la misión, en la fiesta, de cantar una canción de Ana Belén. Ha cantado Agapimú, El Hombre del Piano y Desde mi libertad, tema con el que acabó desnuda en el escenario, cual Venus de Botticelli, ante una tremenda ovación del público. En esta ocasión, Vivian interpretó Lía, en una adaptación que, de repente, se convertía en un tema mucho más rockero que el original y donde se despojaba de su falda larga, transformando el vestido de noche con el que salió al escenario en una especie de maiot de súperheroína vintage. Toda esta explicación no tendría mayor importancia si no fuera porque, esta vez, entre el público, a mi lado, estaba la actriz Marina San José, hija de Ana Belén y del cantautor Víctor Manuel. Cuando Vivian empezó a deshacer el ‘nudo de dos lazos’ de la canción, Marina, muerta de risa, buscó el móvil en su bolso y comenzó a grabar la actuación. No fue lo único que registró esa noche su iPhone. Cuando Vivian regresó al escenario para interpretar, junto a Isaía’s (Jorge Calvo), el tema La Puerta de Alcalá, Marina volvió a grabarlo todo. “Mañana pienso enseñárselo a mi madre”, me dijo, entre risas. Por supuesto, Vivian se enteró.
Superados los nervios iniciales, nuestra vedette se hizo una foto con Marina –“te la paso si pones, como pie de foto, ‘Marina San José y su madre putativa’”, me dijo Vivian-, y le suplicó que no se lo mostrara a su madre –“por su bien, por tu bien y por mi bien”-, aunque al final, asumiendo que ese video se iba a reproducir varias veces, apuntó que su interpretación estaba hecha con todo el cariño. Aquello fue puro ‘tono Caoba’.
También aprovechó el micrófono para arremeter contra aquellos que, tras una de sus actuaciones, en la que interpretó una versión reducidísima del Cant de la Sibil·la, se quejaron por lo aburrido de la actuación, sin comprender por qué se permitía una actuación tan larga, tan anacrónica y, encima, en mallorquín medieval. Y ella recordó que ese canto fue proclamado por la Unesco, hace unas semanas, Patrimonio Inmaterial de la Humanidad y definió, a las que se quejaron entonces, como “tontas e incultas”. Otro tono Caoba.
“Ha venido un chico y me ha dicho que tengo una voz especial”, me contó Vivian, al final de la fiesta. “Mujer, especial es”, le dije. Llegar al ‘tono Caoba’ no es nada fácil. Al parecer, el muchacho, un adolescente argentino, le había afirmado que todos los que actuaron esa noche le habían dado el valor suficiente para salir del armario, el miércoles siguiente, delante de su familia. ¿Qué por qué justo el miércoles? Eso no lo sabemos. Hay razones que se escapan al mismísimo ‘tono Caoba’.
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