¿Te acuerdas que uno de mis buenos propósitos para el año que está cerca era realimentar mis relaciones con los demás? Pues no te sorprendas cuando leas que le he enviado un mail a mi ex psicoanalista argentino, con el que no me hablaba desde que abandoné su terapia a la tercera caja de Prozac. El correo electrónico incluía una felicitación (así sencilla, sin chiste ni poesía), mi predisposición a limar asperezas y una bromilla inocente, en archivo adjunto, con la que provocar una saludable sonrisa. Le preguntaba si una mujer con mucho pecho en Argentina era una sos-pechosa. Él me contestó enviándome un virus informático de una crueldad digna del Ébola, que menos mal que me dió por actualizar el antivirus que si no, lo mismo ahora estaba escribiéndote desde un ciber. Al día siguiente, quedé con Emma, la ex secretaria rubia de mi ex psicoanalista argentino, que estaba desolada. “Las rubias ya no estamos de moda”, dijo, con lágrimas en los ojos. Tema duro, como comprenderás, así que me pedí un JB doble, sin hielo. Al parecer, una compañera del trabajo de Emma le ha dicho que las chicas Timotei ya no son las reinas de la fiesta. Que lo que ahora se lleva es la morenaza, tipo Zeta-Jones o Pilar Rubio (¿qué contradicción?), por poner dos mujeres que manejan el sable. “Fíjate que hasta mi sobrina Azucena no le ha pedido a los Reyes una Barbie, que cada año quería una. Esto es una catástrofe”, lloriqueaba. Yo, para animarla, le comenté que, desde hace años, en el Reino Unido, la famosa muñeca no se encuentra en la lista de los juguetes más vendidos y que las niñas la odian. “Según un estudio que realizó la Universidad de Bath, las niñas han reconocido haber quemado, mutilado y decapitado a la muñeca estadounidense”, dije. “¿En la Universidad de Bagdad has dicho?”, reaccionó ella, buscando una esperanza. “No, Bath, al suroeste de Inglaterra. Y las niñas consideran que torturar a Barbie es una actividad legítima y ven la tortura como algo súper. Y te hablo de un país que, por aquel entonces, era de laboristas, imagínate el resto”, añadí. Desde ese día no me llama, no contesta a mis mensajes y pasa de mis correos electrónicos. Yo no sé si voy por el buen camino.
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