Amigo, ya están aquí. Los noto. Algunos de nosotros ya hemos sido poseídos y otros tienen esa extraña desazón reflejada en el rostro que anuncia el inmediato usufructo de su cuerpo por una energía desconocida incluso por Repsol, que lo sabe todo de energías.
Son los espíritus de la Navidad. Como los estorninos, que esos llegan derechos del infierno y si no que venga Dios y pasee por la Plaza de España de Palma si se atreve, estos espectros irrumpen en nuestras vidas a finales de año para condicionar nuestras emociones. Lo que yo no entiendo es por qué la gente piensa que los duendes que llegan con el frío y los villancicos son todo bondad. Espíritus de la Navidad hay muchos. Deben habitar todos juntos en una comunidad de vecinos rollo 13 Rue del Percebe, de la que escapan una vez al año y claro, acumulan tanto sentir durante ese tiempo que cuando te alquilan el cuerpo actúan como niños con playstation nueva y son incontrolables. Pero ese sentimiento puede ser dulce o, como sucede en toda comunidad, arisco y rencoroso. De ahí que ya me haya cruzado por la ciudad con personas que caminan como si se hubieran desayunado una seta alucinógena pero también con miradas hurañas, casi funestas, propias del señor Scruche de la obra de Dickens. No te asustes pero este año he sido poseído por un espíritu de esta segunda categoría. Todo me molesta. Odio no encontrar el gel al primer vistazo en el super porque en su lugar han colocado los polvorones y los turrones. No me gusta el anuncio de Freixenet y me agota que Bon Jovi, Extremoduro y Take That aprovechen para sacar sus grandes éxitos. Detesto que en el buzón de casa me cuelen un catálogo para que adorne mi vida de espumillones y bolas plateadas. Quizá en unos días ya estaré contaminado y me haya convertido en un monstruo de entrecejo muy poblado incapaz de celebrar nada y rodeado de estorninos. Menos mal que el 7 de enero se me pasa.
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