miércoles, 25 de agosto de 2010

Un buen ambiente laboral

Como una atareada telefonista de principios de los 60, esas que pasaban las llamadas a través de clavijas y que, como bien expone el guionista Matthew Weiner en la serie Mad Men, más valía que se las tuviera contentas porque eran las que acumulaban mayor información sobre el personal de la empresa, hay días que me levanto pensando que valgo más por lo que callo. Sin embargo, como un soplón de la policía de Baltimore, como un personaje de The Wire, también creo que todo tiene un precio y, de un modo casi inconsciente, dejo que la información fluya cual riada. Esta semana, mientras caminaba por los pasillos de ese insólito lugar que es la Casa de Radio, en Prado del Rey (es un sitio lleno de puertas donde uno ignora por completo qué se esconde tras ellas, como si entrase a formar parte de un falso cuadro de Magritte sobre ladrillo de posguerra), me crucé con unos sindicalistas. Les confieso, con el secretismo de una telefonista que cree conocer el cotilleo del mes, que he llegado a un punto en el que un liberado sindical me da más miedo que un miembro de la patronal. Ponían el grito en el cielo por el hecho de que David Cantero, fijo de RTVE durante más de 25 años, se marchase a Telecinco. Asumían que el mercado era el mercado –o sea, que si te pagan un pastón, no hay nada que discutir; el precio del que hablábamos antes- pero no comprendían por qué seguía presentando el informativo y no estaba ya cesado. Hablaban de desmantelamiento de la empresa y culpaban al director de informativos de TVE, Fran Llorente. Yo continué mi camino como si nada, como si fuera un loco despistado, como si mi mente estuviera intentando descifrar la letra de Alejandro de Lady Gaga y nada de lo que sucediera a mi alrededor podría arrancarme de la concentración. Lección número 1 del perfecto cotilla: pasar desapercibido.

Esta misma semana me encontré con un conocido que trabajó en Pájaros de papel, la película de Emilio Aragón. Formó parte del equipo técnico, esos que, en pleno rodaje, siempre parecen ir por libre. Son los pragmáticos, los irónicos, los que están ahí sin que te des cuenta que están ahí. Mientras escribo esto, una amiga actriz está viendo, delante del escritorio, la primera temporada de The Wire bajo prescripción facultativa mía. Le comento lo que acabo de escribir sobre el equipo técnico de una película. Ella no está de acuerdo. Da a la pause. Dice que los eléctricos, y la mayor parte del equipo técnico, están tan buenos que difícilmente puedes creer que no están ahí. Da al play. Sigo. Ese chico me dijo que Pájaros de papel iniciaba su recorrido internacional en el Festival de Montreal y que ya estaba vendida a Japón. Me extrañó que un ‘eléctrico’ me aportase esos datos. Es el director, el actor, el guionista, el productor, el que te vende la película a cada frase, pero…¿alguien del equipo técnico? Eso nunca. Y según iba hablando me fui dando cuenta de lo que había pasado: estaba abducido por el Universo Aragón, efecto que las bichas de la profesión llaman Dimensión Milikito. Parece ser que Emilio Aragón consigue un clima en el set absolutamente inconcebible para el cine español. Nada que ver con un rodaje de Alex de la Iglesia, donde se grita mucho. Aragón saluda a todo el mundo, como los personajes de la serie Periodistas, que cuando llegaban a la redacción se besaban para desearse los buenos días. Crea tan “buen rollito” que incluso llevó masajistas al rodaje para que el equipo no tuviera ninguna tensión. A eso le llamo yo crear buen ambiente laboral. Así, difícilmente puede salir mal el trabajo. Mi amiga da a la pause. Dice que fue a ver Pájaros de barro y que, en la primera aparición de Imanol Arias, ya quiso salirse del cine. Según ella, que me pide que no escriba su nombre para no crearse (más) enemigos en la profesión, la carrera de Imanol acaba en Cuéntame y en su interpretación del señor Alcántara. Yo lo que creo es que no debo leer en voz alta lo que voy escribiendo. Da al play. Le pregunto a mi amiga, que asume el rol de soplón, cuales son, a su entender, las actrices con reputación de ‘difíciles’ en el cine español. Lección número 2 del perfecto cotilla: preguntar barbaridades como quién pide la vez en la carnicería. “Loles León y Candela Peña”, me dice, casi sin pensar. “Pero a esas se las ve venir. Hay otras bien chungas que ni te las imaginarías”, añade. “Dame nombres”, le digo, en pleno interrogatorio policial. “Ana Millán”, suelta. ¡Uff! No valgo para inspector de policía. No puedo con tanta presión. Me vendría bien un masajista. Me vendría bien formar parte, alguna vez, de la Dimensión Aragón.


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