El escritor John Wray relata, en una de las frenéticas páginas de Lowboy, su última novela, la historia de una ciudad subterránea. Su protagonista, el adolescente con esquizofrenia paranoide Will Heller, disfruta en el metro de Nueva York. Quizá todo empezó cuando era pequeño, cuando su abuelo le contó el cuento de una ciudad subterránea, del mismo tamaño de Manhattan pero al revés. Un lugar que alcanzaba su punto más profundo en el sitio en que Manhattan era más alto. Una ciudad que tenía su propio río, el Musaquontas. Tal vez todas las ciudades escondan en sus cimientos el reflejo de otra ciudad, otro espacio que bien podría ser el original y nosotros, la copia; puede que por eso tengamos la vista nublada de sangre y caminemos con los pies helados. Mi amigo Javier Martínez Noriega dice que lo de mis pies fríos es culpa de las Converse. Creo que tiene razón pero no voy a desmontar ahora toda esta teoría, con lo mona que me estaba quedando. Voy a continuar imaginándome que a mis pies, a miles de metros bajo tierra, existe alguien como yo, con mis mismas dudas, con miedos similares, pero con decisiones completamente distintas. Y con unas Converse. Fijo.
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