En ocasiones, los planes organizados con tanta anticipación como deseo se acaban desvaneciendo entre tanta expectación, como si cayesen de rodillas al suelo, heridos de muerte tras ser alcanzados por el proyectil de la espontaneidad. Vamos, que habíamos montado una cena para que Marta nos contase la inquietante experiencia de asistir a un concierto de Julio Iglesias, con el ingrediente adicional de saber que cada nota musical del recital salía a 6 euros, y acabamos tomando café con galletitas, flipando con lo grande y tupida que era la manta que cubría al govern de Jaume Matas. “Era como un invernadero de delincuentes”, dijo Santi. Y todos asentimos con la cabeza resignada y la boca llena de migas. De repente Marta, con la mirada anestesiada sobre el recipiente del surtido Cuétara, dijo: “Somos como las galletas de esta caja”. Nos miramos entre nosotros, disimulando el desasosiego, y tragamos como pudimos. “¿No os dáis cuenta? Todos preferimos los bocaditos de nata, las galletas de chocolate envueltas en papel brillante, pero la galleta calada, la sencilla galleta de mantequilla, esa no la pilla nadie. Qué injusto”, dijo. Antes de que pudiésemos levantarnos y salir corriendo de allí, con la excusa más peregrina, Marta continuó. “El mundo es un surtido de galletas. Si naces bocadito de nata, vas a tener muchas más facilidades que el resto para estar entre los elegidos. Puede que nazcas simple galleta de chocolate pero si tienes la suerte de estar bien envuelta, más de uno empeñará sus fuerzas por tenerte. Pero...¿qué pasa si eres la dichosa galleta calada, con aspecto de celosía monacal, sin papel brillante, sin chocolate, sin nata, sin nada?” Permanecimos unos segundos en silencio, con los ojos tristes clavados en el envase de plástico del surtido, con sus compartimentos perfectamente diferenciados: algunos ya vacíos, otros -como el de la galleta calada- sin estrenar. Entonces Emma, la ex secretaria rubia de nuestro ex psicoanalista, dijo: “Ahora han sacado otro surtido en el que esa galleta de la que hablas tiene la parte de abajo bañada en chocolate con leche. Está riquísima”. Pensamos que eso aún era peor. Que era como nacer corteza de pan de molde, ser la parte prescindible de un algo apetecible. “De hecho, han comercializado un pan de molde sin corteza”, recordó Santi. Y una jornada que en algún tiempo prometió desternillante, acabó en pesadumbre. Eso sí, nadie pilló la galleta calada. Ni siquiera en actitud de rendido homenaje.
miércoles, 31 de marzo de 2010
El surtido de galletas
En ocasiones, los planes organizados con tanta anticipación como deseo se acaban desvaneciendo entre tanta expectación, como si cayesen de rodillas al suelo, heridos de muerte tras ser alcanzados por el proyectil de la espontaneidad. Vamos, que habíamos montado una cena para que Marta nos contase la inquietante experiencia de asistir a un concierto de Julio Iglesias, con el ingrediente adicional de saber que cada nota musical del recital salía a 6 euros, y acabamos tomando café con galletitas, flipando con lo grande y tupida que era la manta que cubría al govern de Jaume Matas. “Era como un invernadero de delincuentes”, dijo Santi. Y todos asentimos con la cabeza resignada y la boca llena de migas. De repente Marta, con la mirada anestesiada sobre el recipiente del surtido Cuétara, dijo: “Somos como las galletas de esta caja”. Nos miramos entre nosotros, disimulando el desasosiego, y tragamos como pudimos. “¿No os dáis cuenta? Todos preferimos los bocaditos de nata, las galletas de chocolate envueltas en papel brillante, pero la galleta calada, la sencilla galleta de mantequilla, esa no la pilla nadie. Qué injusto”, dijo. Antes de que pudiésemos levantarnos y salir corriendo de allí, con la excusa más peregrina, Marta continuó. “El mundo es un surtido de galletas. Si naces bocadito de nata, vas a tener muchas más facilidades que el resto para estar entre los elegidos. Puede que nazcas simple galleta de chocolate pero si tienes la suerte de estar bien envuelta, más de uno empeñará sus fuerzas por tenerte. Pero...¿qué pasa si eres la dichosa galleta calada, con aspecto de celosía monacal, sin papel brillante, sin chocolate, sin nata, sin nada?” Permanecimos unos segundos en silencio, con los ojos tristes clavados en el envase de plástico del surtido, con sus compartimentos perfectamente diferenciados: algunos ya vacíos, otros -como el de la galleta calada- sin estrenar. Entonces Emma, la ex secretaria rubia de nuestro ex psicoanalista, dijo: “Ahora han sacado otro surtido en el que esa galleta de la que hablas tiene la parte de abajo bañada en chocolate con leche. Está riquísima”. Pensamos que eso aún era peor. Que era como nacer corteza de pan de molde, ser la parte prescindible de un algo apetecible. “De hecho, han comercializado un pan de molde sin corteza”, recordó Santi. Y una jornada que en algún tiempo prometió desternillante, acabó en pesadumbre. Eso sí, nadie pilló la galleta calada. Ni siquiera en actitud de rendido homenaje.
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