Tengo una amiga, Luz, que archiva sus relaciones sentimentales como si se tratase del índice de un libro de Historia. “Me siento Bagdad”, soltó la otra tarde. “Estoy continuamente bombardeada. Explosiono cada día sin tener ni idea de dónde o cuándo mis vísceras acabarán esparcidas por el suelo. Y todo por culpa de alguien que, un buen día, decidió salvarme”. Me encanta sentarme a escuchar sus comparaciones. Le he dicho ya varias veces que debería publicarlas pero ella esconde la mirada, pudorosa, y niega con la cabeza, sin dejar de sonreir. “Mi relación con Marcelo fue como la revolución industrial: yo tenía una vida sexual basada en el trabajo manual hasta que entró en ella la mecanización. Y claro, la máquina superó al humano y le tuve que dejar”, me contó una vez. Y se quedó tan ancha. Su romance con Fran estuvo marcado por la reconquista: él se trasladó a casa de Luz y un buen día se dio cuenta de que la que vivía de prestado, bajo su propio techo, era ella. Así que inició la reconquista y acabó echándole de casa. “Recuerdo que cuando le ponía la maleta en la puerta le dije: ‘Y ahora llora como un hombre lo que no has sabido mantener junto a una mujer’. Y sin soltar un duro de derechos de autor”, añadió. “Los tres meses con Rafa fueron mi revolución de octubre particular. No teníamos patria, ni dios, ni amo, ni casa, ni trabajo”. En aquella época tenía un perro llamado Stalin. “¿Te has fijado que Stalin, el de verdad, no el perro, era como Ronald Reagan de joven pero con bigote?”, dijo, en medio de una vorágine de recuerdos. La última relación sentimental de Luz ha sido Ramón. Ella estaba manteniendo, por ese miedo idiota a sentirnos solos, una relación muerta con su anterior pareja hasta que apareció él. “Sintió que necesitaba que invadiera mi vida y lo hizo”, contaba. Al año, cuando Luz se enamoró de él hasta el extremo de hacerse dependiente de sus besos, Ramón la abandonó. Desde ese día, Marta se despierta cada mañana con una explosión en su corazón. “Casi mejor que me hubiera dejado como estaba. Al menos entonces no sangraba tanto”, me dijo. Le acaricié la mano. Solo espero que pronto caiga su muro de Berlín.
(Artículo publicado el 25 DE NOVIEMBRE DE 2006)
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