“Mañana es el cumple de la Reina”, soltó Marta, con una naturalidad pasmosa, mientras trasteábamos en la sección de libros de unos grandes almacenes. Me quedé un rato mirándola fijamente, intentando comprender qué se escondía detrás de su mirada, que en ese preciso instante paseaba por la cubierta del último libro de Joyce Carol Oates. Como no abría la boca, lo hice yo. “Sueltas esa frase y te callas. Te parecerá normal…”, comenté. “¿Qué se le regala a una reina?”, preguntó. Si no puedes con ella, únete a ella. “En asunto regalos, ser una reina es una putada porque te cae cada horror...”, apunté. “Y lo peor es que aunque te parezca la vasija artesana más espantosa del universo y comprendas que no te pega con la decoración del palacio, tienes que mostrarte tremendamente agradecida e incluso interesada por su fabricación. Eso sin contar las veces en las que te regalan un oso panda, que esa es otra”, añadí. “Ya. Entonces, ¿qué se le regala a una reina?”, insistió. Miré la portada de La hija del sepulturero, que Marta sujetaba entre sus manos. “Un libro”, dije. Y sonreí. “¿Y qué lee una reina?”, cuestionó Marta. Justo cuando iba a contestarle mal, me dí de bruces con la más fantástica de las realidades: Una lectora nada común, la fábula de Alan Bennett.
En ese libro, el autor de Ábrete de orejas, fantasea con lo que sucedería si un buen día a la reina Isabel II le diese por leer. “La cuestión es, ¿qué puede interesar a alguien cuyo oficio es mostrarse interesada?”, leí en voz alta. “¿Autores en lengua castellana?”, preguntó Marta. “De entrada, sí”, respondí. “¿Ruíz Zafón?” “Demasiada descripción de amaneceres. Ya que es para una reina, vamos a innovar.” “Millás”, aportó Marta. “Me refería a algo más cercano a Chuck Palahniuk, pero en castellano”, rebatí. “Pero…¿tú crees que la Reina lee?”, apuntilló Marta. Me reprimí, por no ofender a nadie, cualidad, por otra parte, muy común en los monarcas…de antes, debe ser. Es la consecuencia de tener una Familia Real ‘tan cercana y moderna’: que opina. “Ignoro si lee pero empiezo a sospechar que el problema podría estar en lo que lee”, apunté. “¿Un libro de Pilar Urbano te parece bien para una mujer de 70 años?”, dijo Marta. Asentí y me pregunté: si Marta conociese a la Reina, me lo habría comentado, ¿no?
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