Vertiginosa semana. El lunes pasado se cumplió un año. Un año desde que todo acabó. Y, como suele suceder con la mayoría de las cosas que acaban, dejó más preguntas que respuestas. El 23 de mayo se cumplió un año del final de Lost (Perdidos). Una madrugada en la que asistimos al desenlace más esperado de la historia de la televisión en décadas. El capítulo se emitía, simultáneamente, en la ABC americana y en dos cadenas españolas (Cuatro y FOX). Nos mantuvimos despiertos para ver cómo acababa todo. Esta semana, un año después, también despertamos con preguntas, la mayoría sin respuesta, como entonces.
El mapa de España es como una canción de Christian Castro: azul. Como la isla de Perdidos, nos movemos. Nos movemos de un lado al otro, como en un bipartidismo de tenis en el que asumimos el papel de bola de set sin llegar a cuestionárnoslo demasiado. No somos una especie muy dada a la reflexión. Desde luego, jamás lo hacemos antes de tomar una decisión. Si acaso, después, cuando asistimos a las desastrosas –o afortunadas- consecuencias de la misma. Por eso ahora, un año después del final de Lost, uno puede meditar si mereció la pena, sin dejarse nublar por la ira o la decepción.
Perdidos fue un viaje de 6 años. Una experiencia agridulce porque empezó con fuerza, con dinamismo, con ilusión, con grandes expectativas (que aumentaban a cada paso), y acabó fatal. Ya la última temporada no fue muy buena. Si a estas alturas ya ha sido capaz de relacionar la serie con la debacle del PSOE en España, enhorabuena; es usted un cruce entre J J Abrams y Pepiño Blanco.
Todo empezó con un accidente aéreo y un grupo de supervivientes abandonados en una misteriosa isla del océano Pacífico. A partir de ahí, todo fueron preguntas. ¿Qué era el humo negro? ¿Por qué había osos polares en la isla? ¿Por qué Richard nunca envejecía? ¿Cuál era la importancia o el significado de los números? La intencionada complejidad del guion –detesto no poder acentuar esta palabra- hizo que los seguidores de la serie comenzásemos a trabajar nuestras propias teorías. Que si en realidad estaban todos muertos y la isla era el purgatorio, que si todo sucedía en la mente de uno de los personajes,…hasta llegar a elaboradas teorías físicas, filosóficas y teológicas dignas de ser publicadas. Un año después, tenemos que reconocer que Lost nos estimuló la mente. Nos hizo pensar.
Presiento que llevamos demasiados años fingiendo que estamos en la universidad cuando realmente no hemos dejado el instituto. No hemos aprendido a pensar pero nuestra clase política tampoco sabe estimular nuestra mente. Reaccionamos por impulsos, casi guiados por un instinto salvaje y animal. La jornada de reflexión es la segunda mayor pérdida de tiempo después del día de Año Nuevo. No tenemos nada que reflexionar. No sabemos reflexionar. Preferimos castigar. Y lo hacemos sin que nos tiemble el pulso. Pero, de la misma manera, hay ciudadanos que, desde un talibanismo ideológico –otra manera de no reflexionar- regalan su voto a la fuerza política con más causas de corrupción abiertas. El mismo delito, diferente reacción. ¿Votaríamos al maniquí de un sastre si llevara las siglas de nuestro partido escritas en la frente? Supongo que estamos ante otra pregunta sin respuesta. Posiblemente, como sucedió con Perdidos, algunos buscamos respuestas lógicas y, al final, solo nos dieron respuestas banales.
El episodio ‘La constante’, de la cuarta temporada, ha sido elegido como uno de los favoritos por los millones de fans de la serie. En él, uno de los personajes, Desmond, sufría viajes en el tiempo hasta averiguar que necesitaba una ‘constante’ que le uniera entre el mundo del pasado y el del presente. “Cuando viajas al futuro, nada te es familiar”, explicaba un personaje. Si querías poner fin a los ataques que te provocaban los saltos temporales, debías encontrar algo, algo que realmente quisieras y que también existiese en el futuro. Desmond encontraba en el amor por su novia Penny su propia constante.
Los españoles, como Desmond, viajamos en el tiempo el pasado domingo. Algunos pensarán que al año 2000. Creo que no, que este agujero de gusano nos ha llevado más lejos: estamos acercándonos a 1979.
Aquel año, Margaret Thatcher llegó al poder con la promesa de invertir el declive económico del Reino Unido y reducir el papel del Estado en la economía. Thatcher se mostró muy crítica con los funcionarios públicos que, a su entender, eran responsables de la situación económica que vivía su país. Ese discurso es prácticamente el mismo que lleva repitiendo, algunos años, Esperanza Aguirre, mayoría absoluta en la Comunidad de Madrid. De hecho, creo que Aguirre cada vez se parece más, incluso físicamente, a la Thatcher. Posiblemente estemos a punto de iniciar un camino que a los británicos les duró doce años. Leo ¡Menudo reparto! de Jonathan Coe. Con ironía británica habla de los conservadores que veían en la sanidad pública el negocio más lucrativo de todos los tiempos, habla de aquellos que decían que eso de ‘el centro’ no existía y que el único consenso posible tenía que apoyarse en la economía de mercado. Para la Thatcher consenso era “el proceso en el que se abandona toda creencia, principio, valor o política” y “algo en lo que nadie cree, pero a lo que nadie le pone ninguna pega”. Creo que para no volverme loco, la novela de Jonathan Coe será mi constante.
Mientras, los ‘indignados’ de Sol cada vez se parecen más a Los Otros de Perdidos. Acampados, sí, pero cada vez alejándose más del grueso de la sociedad. Otra vez solitos. El otro día, cuando la calle Génova era una fiesta de banderas blancas y azules, un ‘gurú’ de Sol animaba a la gente a que se bañase en ‘la fuente de la libertad’. La gente que le rodeaba aplaudía encantada. Y vi que aquello corría el riesgo de volver a decepcionarnos. Como el final de Lost. Lo peor del movimiento ‘perroflautista’ empieza a hacerse visible y parece que ya nadie recuerda porqué estamos aquí.
Un año después pienso si realmente Perdidos revolucionó en algo el panorama mundial de la ficción, si propició el nacimiento de un nuevo tipo de espectador o si cambió la narrativa televisiva. Seguramente logró todo eso y algo más. Sin embargo, nadie piensa en eso ya. Todo el mundo recuerda Lost por su decepcionante final, por haber estafados a millones de seguidores que vieron como los guionistas no cumplían sus promesas y que, al no saber cerrar lo que ellos mismos habían construido, optaron por improvisar el peor, y más trivial, de los finales. Yo también pensé eso, pero al mes de haber visto el capítulo final. Ahora ha pasado un año. He tenido tiempo de reflexionar. Y creo que Lost me ha enseñado algo: disfruta del camino. A veces es mucho mejor que el paisaje que te espera al llegar al final.
Por eso, querido Sr. Paco Tomás, prefiero la serie BIG BANG, a la cual me engancharón mis descerebrados adolescentes. besos Concha Criado
ResponderEliminar