Últimamente me tengo preocupado. Soy víctima de un desvelo espiritual. Quizá por eso he borrado el primer puesto de mi lista de propósitos del año nuevo, que curiosamente es la misma que hace dos años, y he incorporado una novedad: quiero ser mejor persona. Todo tiene que ver con una noticia que me encontré en una columna aislada de un periódico. ‘Un estadounidense ha sido detenido por disparar a un individuo en un cine, durante la proyección de una película, porque éste no se callaba y jugaba a tirar palomitas’. Y ahora viene el motivo de mi desvelo y mi propósito: comprendí al agresor.
Es una sensación incómoda. Como si mi Jekyll fuera consciente del Hyde que lleva dentro, reprimido, y se aterrorizase de sí mismo. Vamos, carne de psicoanalista. “¿De verdad que nunca has tenido el deseo de tirotear al típico imbécil que habla en el cine, que hace ruido con la comida, que se ríe a destiempo para llamar la atención?”, le dije a Marta. Ella cree que, como le pasaba al personaje de la obra de Stevenson, nos estamos volviendo misántropos. “Pero, si a mí siempre me ha gustado conocer gente”, contesté. “Ese es el proceso natural. Primero conoces a la gente y luego te haces misántropo”, aclaró Marta. “Pero en lugar de ir pegando tiros por la ciudad a todos los maleducados quizá sería más adecuado construirte una casa en las afueras”. Tal vez tenga razón. Tal vez lo mejor sea abandonar a los contemporáneos a su suerte y convertirme en un anacoreta –sin penitencia alguna-. Aunque estoy convencido que, desde mi lejano refugio, seguiría pensando porqué es tan difícil disfrutar de una película en el cine.
Sospecho que la respuesta esté en la necesidad de complementar el respetuoso visionado de un filme transformando las salas de proyección y exhibición en una especie de parque temático donde uno pueda comer nachos (¡¡¡nachos en un cine!!) y por su puesto comentar la película. Luego les extrañará que haya tipos con cámaras grabando lo que se proyecta en pantalla para luego venderlo en el top manta. A mí, esos me merecen más respeto que el individuo que habla y contamina la proyección. Al menos el que graba está en silencio y me permite amortizar los 7 eurazos que cuesta la entrada. No creo que los cines sean lugares en los que cualquiera pueda comportarse como si estuviera en una bolera. Y que los empresarios se sometan al placer de la masa no me parece la mejor manera de evolucionar. A mí la masa solo me gusta en la pizza.
“¿Tú crees que el tipo que recibió el disparo volverá a hablar en un cine?”, pregunté. Marta me miró asustada. “Yo creo que no”, añadí. “¿Sabes? Creo que la violencia está infravalorada como método educativo”. Y Marta me pidió hora en el psicoanalista. Ya tengo un segundo propósito para el año nuevo.
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