viernes, 28 de octubre de 2011

El lío de ser conservador

La lógica a veces no sigue una estructura lógica. A veces el caos es uno mismo. Yo, por ejemplo, me he dado cuenta que soy conservador en algunos aspectos de mi vida. Hay tradiciones que me gustan, como salir de vinos con los amigos, cantar cumpleaños feliz en todos los aniversarios y desafinar cuando hay que subir en ese “te deseeeeamos todos” o ver como mi pareja pone el árbol de navidad.

Incluso muestro una cierta y razonable aversión a determinados cambios, por mucho que supongan progreso: por ejemplo, el libro electrónico. Me cuesta. Soy un sentimental, un romántico, pero leer en la pantalla de una tableta electrónica me parece un horror. Yo necesito el volumen, las cubiertas, el marca-páginas, porque para mí la lectura es casi un ritual y no puedo prescindir de los elementos que lo conforman.

Supongo que la principal diferencia entre ese conservadurismo y el político está en que yo no creo que mis valores sean universales. No me gusta el libro electrónico pero jamás prohibiría la venta de libros electrónicos. Me gusta cantar cumpleaños feliz pero jamás impondría el canto del cumpleaños feliz, con desafine incluido, en todas las celebraciones españolas. Sin embargo, el conservadurismo político convierte en prohibición, en pecado, en vicio, aquello que a ellos, a título personal, no les gusta. El conservadurismo niega, en su raíz más etimológica, la pluralidad, la diferencia, el matiz.

Y, de repente, aparece el primer ministro británico, David Cameron, y dice que apoya el matrimonio entre personas del mismo sexo NO a pesar de ser conservador sino porque ES conservador. No se trata de si se tiene que llamar matrimonio o no, ni de si es una unión entre un hombre y una mujer o dos mujeres. Se trata de compromiso. Y Cameron le dice al núcleo duro de su partido: “Los conservadores creemos en los vínculos que nos unen; en que la sociedad es más fuerte cuando nos apoyamos los unos en los otros. Por eso, porque soy conservador, apoyo el matrimonio entre personas del mismo sexo”. Y creo que es un ejercicio de lógica contundente. Lo que parecía progresista puede ser conservador. Y poco después hace exactamente lo mismo Benjamín Lancar, el presidente de las juventudes del partido conservador francés, que no solo defendió que las parejas homosexuales puedan acceder al matrimonio sino que incluso apoyó las adopciones.


Pero lo que se escapa a mi capacidad de entender la situación española es: nuestro centro-derecha, por usar el eufemismo, ¿es conservador o no? Porque si fueran conservadores, como los conservadores del resto de Europa, lo que estarían deseando es que todos entrásemos en el redil. Sin embargo, estos conservadores nuestros lo que no quieren es compartir el redil. De ahí a pedir asientos separados en los autobuses va un paso.

¿Qué nombre tendrá entonces esta corriente política? ¿Neoconservadurismo? O sea, que tan tradicionales no son porque neo es un prefijo que indica novedad y lo nuevo pocas veces es conservador. Qué lío, ¿no? A veces la lógica, no sigue una estructura lógica ni aunque la maten.

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