No puedo relajarme. Cada vez que leo que otro adolescente se quita la vida víctima del acoso homófobo siento un estremecimiento que recorre mi espina dorsal. Esa corriente eléctrica en la que se transforma mi rabia ante este tipo de noticias acaba en un calambre que empuja a mi cerebro hacia una espiral de preguntas de las que, a veces, creo que es mejor no conocer la respuesta.
La semana pasada, un adolescente de 14 años se suicidaba en Nueva York tras no poder soportar más el acoso al que le sometían sus compañeros de colegio. No solo en el centro sino también, y con especial intensidad, en las redes sociales. Y aunque los medios de comunicación (poquitos) hablen fundamentalmente de la oleada de suicidios adolescentes en Estados Unidos, los niños y niñas, gays y lesbianas, acosados en el colegio con crueldad y saña existen en todo el mundo. Es intolerable que haya que esperar al suicidio para intentar atajar este tipo de actitudes.
Y lo que más me indigna es que algunos piensen que “bueno, es que los niños son así” o que “eso ha sucedido toda la vida y no pasaba nada”. Efectivamente, ha sucedido toda la vida pero se equivoca usted si cree que no pasaba nada. Mi generación, cuando aún no existía el término bullying, es un claro ejemplo de ello.
Yo, por no mencionar a nadie más, de pequeño odiaba la música del programa Estudio Estadio. Era escucharla y ponerme enfermo. ¿Saben por qué? Porque era la señal inequívoca de que el domingo se había acabado y de que, al día siguiente, había que volver al colegio donde los acosadores volverían a burlarse de ti, a insultarte, a humillarte, sin que pareciese importarle a nadie. Es más, le quitaban importancia.
Podría pensar que esos adultos que hoy le quitan relevancia al bullying quizá fueron acosadores en su infancia. Porque si fueron víctimas, estoy seguro que no pensarían así. Hay que poner freno, inmediato, a la homofobia en las aulas. Sin miramientos. No se puede consentir un maltrato psicológico de este tipo en la escuela con el raquítico argumento de que “son niños”. Hablamos de una agresión entre iguales y el dolor que provoca esa agresión, el daño, existen por sí mismos, independientemente de la edad de la persona que lo ocasione.
Los niños acosados tienen que saber que los acosadores no tienen razón, que se les puede combatir y que él, como víctima, puede y debe pedir ayuda. Y los niños no acosados deben saber que seguir al capullo de clase, al maltratador, no es lo que mola y te hace especial. Quizá así empecemos a conseguir algo.
Lo que me asusta de todo esto es que cuando ves a un niño acosador, maltratador, fanfarrón, basta con que conozcas a sus padres para que se te caiga el alma a los pies.
La culpa la tienen los padres, igual que cuando te muerde un perro la culpa la tiene el dueño. Agredir verbal o físicamente a un adulto por su condición sexual es un horrible, pero hacérselo a un niño o adolescente que difícilmente se va a defender me parece abominable.
ResponderEliminarEn mi colegio nunca hubo malos tratos físicos contra los niños que tenían mucha pluma, aunque siempre hay algunos cretinos que para reafirmanse se meten con los demás. Sin embargo, aunque no fuese gay, había un niño muy feo y mal vestido con el que se metía otro niño. Al no encontrar oposición de ningún adulto incrementó sus ataques hasta que el tema era vox populi en todo el colegio. La madre fue a hablar con los profesores pero nadie hizo nada. Un buen día a la salida de las clases apareció la tía del niño agredido y le zarandeó mientras le recriminabá su actitud delante de todos. No voy a decir que el niño agresor (ni sus padres) cambiaran, pero al menos cambió de víctima, y diversificó sus ataques. Al final acabó con todos los dientes partidos cuando empezó a salir por la noche con quince años. A nadie le extrañó ni le dió pena. Creo que ni a los malajes de sus padres. Si hay algún niño al que le agredan otros niños, que se lo diga a algún adulto distinto de sus padres cuanto antes. Un buen zarandeo a tiempo evita males mayores. Que conste que no defiendo la violencia, solo el zarandeo preventivo.