Hace varias semanas, hablaba con la guionista y escritora Jimina Sabadú sobre la reacción que suele provocar algunas profesiones en los temas de conversación. Preguntarle a alguien que acabas de conocer a qué se dedica, en qué trabaja, cuál es su oficio y beneficio, es un argumento imprescindible de la habilidad social. De hecho, es tan común cumplir con ese protocolo que lo emplean hasta los que carecen de habilidad social. Estar en una fiesta privada, copa en mano, rodeado de desconocidos que tarde o temprano podrán dejar de serlo, es el escenario perfecto para preguntarlo. Muchas veces, abandonas el lugar sin recordar los nombres de las personas que te han presentado pero estás tranquilo porque sabes que podrás identificarlos por su profesión. “Y tú, ¿a qué te dedicas?” y contestar “soy contador de peces”, o “trabajo en una clínica de donación de esperma” o simplemente “soy inspector de Hacienda” puede alimentar la conversación durante horas, como si fuera un generador de energía oral.
Jimina y yo nos reconocimos en el apuro que nos da identificarnos como guionistas. Esa palabra se asocia directamente, y casi exclusivamente, con el cine y entonces te ves frente a un grupo de personas que lo mismo te dicen que el cine español es malísimo como que no soportan a Penélope y Bardem, como si uno fuera el guionista de sus vidas privadas. Jimina me contaba que ella ha optado por contestar que es rica heredera, algo que suele provocar rechazo inmediato. “Te ven como una engreída y no profundizan más”, me explicó. Eso sí, te debes pasar toda la fiesta más cuestionada que Ketty Kauffman en una Cumbre de la Tierra.
Yo digo que escribo. Así, en genérico. Sin aportar ningún dato más. Escribo. Es una manera de estimular la imaginación de mi oyente, que puede pensar que soy el que redacta las etiquetas traseras de los vinos o el que prepara un futuro premio Planeta. Todo un abanico de posibilidades. Lo hago para no resultar pretencioso y creo que no lo consigo. Además, siempre hay un pequeño Hércules Poirot en todas las reuniones que disfruta indagando. Mi último investigador, cuando descubrió en qué invertía yo gran parte de mi tiempo, añadió: “¡Qué bueno el amigo Torrente! ¡El tío os ha vuelto a salvar el culo!” Así, con tono torrentiano (‘torrentiano’ de detective Torrente, no de Torrente Ballester).
Tenía tantas cosas que analizar que una parte de mi cerebro se dividió en diferentes celdas, como un Excell gigante, como una secuencia de Tron. Para Santiago Segura será duro asumir que el mismo público que le ha encumbrado como artífice del mejor estreno de la historia del cine español, le llama ‘amigo Torrente’. De hecho, Segura odia que le vean por la calle y le llamen como si fuera el personaje, algo que hace la mayor parte de su público.
En la siguiente celda, intento dar una respuesta a ese “os ha vuelto a salvar el culo”. Primero porque no pertenezco a esa pyme –porque lo de nuestro cine no llega a industria-, ya que no he hecho cine, de momento. O sea, que no me ha salvado de nada ni nadie. Y segundo, porque recaudar más de 8 millones de euros en su primer fin de semana no significa que el filme esté amortizado. “Mira, de lo que has pagado por tu entrada, el Estado se lleva un 8% en impuestos, las sociedades de gestión de derechos un 2%, el cine un 50%, y creo que lo que queda se reparte entre el distribuidor y la productora, restando lo invertido en copias y publicidad. Con esto quiero decir que para que una película logre amortizar su coste en taquilla, hace falta mucho más que un fin de semana”, dije. El tipo me miró como quien mira a Alfonso Ussia y se retiró, evidenciando un escalofrío de repelús.
Es verdad que con esos datos en la mano, y sin ser Aramís Fuster, es fácil vaticinar que Torrente 4: Lethal Crisis hará que las cifras del cine español de este año sean optimistas (no olvidar que en septiembre estrena Almodóvar). La estadística es así: todos disfrutamos de un pedazo de pastel del que no hemos visto ni las migajas.
Y por si alguien piensa que lo de ‘contador de peces’ es una licencia creativa, informo que es real. Son personas que, durante los meses de abril y octubre, se dedican, 8 horas al día, a contar los salmones que remontan las corrientes de los ríos para controlar así la evolución de las poblaciones fluviales y fijar las vedas. Dicen que se sientan al margen del río y cada vez que ven un salmón, aprietan el botón de un contador electrónico. Visto así, me parece un gran trabajo.
¿A quién hay que dejarle el CV para lo de los peces? Me ofrezco hasta para trabajar como salmón a este ritmo.
ResponderEliminarJajajajajaja...no pierdas nunca el sentido del humor María. Un abrazo.
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