Esta semana me he dado de bruces con un artículo escrito por el guionista Sergio Barrejón (La Señora, Amar en tiempos revueltos) en Bloguionistas, bitácora, en Internet, de un grupo de escritores audiovisuales. En él, Barrejón recordaba la broma de Vigalondo en Twitter, la querella contra Ángel Sala, director del festival de Sitges, por proyectar A serbian film, y acababa con el artículo que escribió Salvador Sostres en el periódico de Pedro J., en el que apuntaba que el asesino de la webcam no era un monstruo sino un chico normal al que su novia le había dado una noticia que…vaya con la noticia, como para que a cualquiera se le hubiese ido la cabeza.
Barrejón empleaba los tres casos para reflexionar y debatir sobre la censura. Para él, la acción de El País cerrando el blog de Vigalondo, la de Concha García Campoy y sus tertulianos en Cuatro contra Ángel Casas y la de gran parte de la sociedad, incluido Pedro J., que comunicó que la publicación del artículo de Sostres en el diario había sido ‘un fallo de los controles’, forma parte del mismo tipo de censura y, por lo tanto, son igual de graves. Luego entraba en otros vericuetos ligados a que si te dedicas al cine todo el mundo cree que eres pro Zapatero o que él confiaba que sus compañeros de profesión éramos mucho más abiertos de mente por el hecho de escribir ficción y tener que meternos ‘en la mente del asesino’ para poder dotar de credibilidad una historia. Ese sería otro asunto. Lo que me hizo pensar fue lo de la censura, lo de la ley de lo políticamente correcto, lo de la ficción.
No estoy de acuerdo con Barrejón, aunque comprendo el origen de su razonamiento. No voy a demonizar la corrección política porque, al menos, ha hecho que los que hemos vivido mucho tiempo formando parte de una minoría social discriminada, menospreciada o agredida, no tengamos que vivir sometidos al ataque de aquellos que confunden libertad de expresión con apología y difamación. Al menos, no con nuestros impuestos. Pero eso no significa que haya sedado mi capacidad crítica. No me gusta lo ‘políticamente correcto’ cuando eso nos lleva a rozar el absurdo, a confundir realidad con ficción, a impedir, por ejemplo, que un actor que representa a Humphrey Bogart no pueda fumar encima de un escenario o que no se pueda rodar una película sobre sacerdotes pederastas porque ofende el sentimiento religioso. Defiendo mi trabajo, mi libertad como creador, trazando la línea que separa ficción y realidad, aunque a veces cueste mucho encontrar el límite.
Es verdad que la corrección política es implacable con la ambigüedad, con los ‘peros’ que puedan distanciar tu postura individual de la versión oficial. O conmigo o contra mí. Y ese, posiblemente, sería otro debate propio de una sociedad bastante más madura que la nuestra. Meter en el mismo saco a Vigalondo, Salas y Sostres me parece tan erróneo y desafortunado como comparar el guión de La Ola, de Dennis Gansel, con un artículo de Jean Marie Le Pen. En La Ola, Gansel cuenta la historia de un profesor alemán que explica la autocracia como forma de gobierno. Los alumnos no creen que pudiera volver una dictadura como la del Tercer Reich a la Alemania actual y el profesor pone en marcha un experimento que les demuestra lo fácil que es manipular a las masas. Eso es ficción. La capacidad de analizar esa película en todas sus vertientes y aristas es trabajo del espectador. Es el estímulo, el incentivo que tiene gran parte de las manifestaciones culturales y artísticas: empujarnos a la reflexión. Incluso sin ser maniquea, sin juzgar el comportamiento de los personajes, dejando ese trabajo al espectador, pero sin mayor trascendencia. Leer un artículo de Jean Marie Le-Pen, o de su hija, asumiendo, en la política y en la vida real, el papel de ese profesor de la película de Gansel, es tan peligroso como reprobable. Lo que escribió Sostres no era ficción, como A serbian film; ni siquiera una broma sacada de contexto, como le sucedió a Vigalondo. Era la vida real, era un señor valorando, desde su tribuna de posible líder de opinión, las razones que podía tener el asesino para matar a su novia. No estaba escribiendo un guión, analizando al personaje; no estaba creando un monstruo para una novela ni un ensayo sobre la violencia en nuestros días. Estaba dando una opinión arcaica en la sociedad del siglo XXI, no del siglo XVII; una sociedad que intenta evolucionar para que nadie más, aunque sea en nombre de la libertad de expresión, pueda esgrimir argumentos como que los negros son una raza inferior o que decirle a tu novio que estás embarazada de otro también es un tipo de violencia que puede ser atajada con la muerte. Eso sin olvidar que debemos ser consecuentes con nosotros mismos. Que si uno logra un estatus en el circo mediático a base de perlas como “si las mujeres han fracasado y viven hoy en una situación que a muchas parece disgustarles es porque no han sabido hacerlo mejor, porque no han sido tan inteligentes como nosotros” o “lo de Haití es una manera un poco aparatosa de limpiar el planeta”, no puede pretender que analicemos sus artículos ignorando la mente que los ha escrito. Llámalo prejuicio. Yo lo llamo consecuencia.
No me gusta la censura. Me gusta el contraste, el debate. Pero la sociedad necesita elevar el nivel del debate, no que un señor venga a vendernos que lo mejor en esos casos es ponerle el cinturón de castidad a la pareja cuando salimos de casa. Y por supuesto, que nadie confunda las críticas y la vergüenza que generan las palabras de Sostres con la censura que pueda sufrir un autor en su proceso de creación. No es lo mismo.
Algunas veces por miedo a que nos tachen de castradores, revisionistas o censuradores, nos la cogemos con papel de fumar.
ResponderEliminarY hay cosas y situaciones en las que vale un puñetazo en la mesa; porque intentando razonar, pueden acabar saliéndote llaguitas en la boca mientras el otro está ahí faltándote el respeto y sin escucharte. No se puede razonar con quien no razona y, o se cree superior, o te considera inferior, que no siempre es lo mismo.
Para según que causas, es preferible ser un peleón vivo que un mártir muerto.
Ha habido mucho miedo con los ataques a Sostres "no vaya a ser que estemos violando la libertad de expresión", cuando él, está haciendo lo que le da la gana y cagándose con la decencia y el respeto de las personas artículo sí, artículo también (eso sí, al P.J. le sale muy rentable, no nos dejemos engañar)
Si ése tipo tiene una columna en un diario, está expuesto a que yo me cague en su..persona.
"No le demos una hostia, que eso es violencia". Vale. ¡Pero qué ganas, Diós, qué ganas!
Y tanta libertad de expresión tiene él como yo.
Muy buena reflexión. Sería interesante estudiar la relación entre el éxito de la agresividad-provocación-indecencia de ciertos personajes como Sostres y la extensión universal de la telebasura y de los personajes de la telebasura.
ResponderEliminarRubia Teñida
Y ya podría haber puesto usted otra foto, que ni se imagina la grima que me da, cada vez que abro mi blog, encontrarme el careto de este individuo al lado de mi teta.
ResponderEliminarY cuelgue otra entrada pronto para que se me borre el típo éste que es que voy a tener pesadillas.