Me van a disculpar ustedes que no esté muy locuaz pero es que a mí el calor me aplatana, me amodorra, me provoca indolencia y apatía. Ahí es nada. Creo que el calor no es bueno, a no ser que seas una magdalena o cualquier cosa con levadura. De lo contrario, no es bueno.
Basta echarle un vistazo a las películas para darse cuenta. Siempre que tienen que ambientar una trama en un lugar agobiante, claustrofóbico, inquietante, lo hacen en un asfixiante verano. Así pasaba en La gata sobre el tejado de zinc, donde el clima no era lo único que estaba caliente; o en El corazón del Ángel o en Fuego en el cuerpo, donde recordaban que en verano aumentaba el número de crímenes; hasta en Día de furia, donde vimos a Michael Douglas, hijo de Kirk Douglas, convertido en un psychokiller por obra y gracia del calor.
Se lo digo yo: el calor es un inhibidor de la paciencia y nos alteramos con mayor facilidad que en invierno. Por eso yo intento refrescar mi ira con algún ventilador pero lo único que consigo es la modorra de quedarme viendo un programa nada interesante de televisión con tal de no levantarme a buscar el mando a distancia.
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