Aunque continuo, mental y físicamente, de vacaciones, de vez en cuando entro en mi blog para decir "hola", para colgar una foto o para comprobar que el número 100 permanece inamovible (aunque sé que había una persona dispuesta a traspasar esa barrera psicológica y llevar el marcador al 101, pero veo que no se ha atrevido...) Espero que todos estéis bien, disfrutando del mes de julio.
Yo lo intento pero empiezo a tener la impresión que cada vez es más difícil. No ya porque cuando se me ocurre encender la televisión, o mirar la primera plana de un diario cualquiera, las noticias que salen a mi encuentro solo pretenden amargarme la vida y minarme la ilusión. Me refiero a algo menos 'espiritual'.
Saben ustedes que nada me gusta más en este mundo que una diversión. Y que nada me da más rabia que los censores del ocio; los colectivos de la represión que siempre encuentran razones para acorralar el entretenimiento con los mismos argumentos con los que se podría prohibir el camión de la basura o la Cabalgata de Reyes. Los vecinos, más en armas que nunca, solo necesitan una voz más alta que la otra a las 00.01 horas para empezar a recoger firmas y cerrar el local. El local, al que le ha costado medio riñón la licencia y la insonorización el otro medio, paga el egoísmo de los vecinos y la insolidaridad de sus clientes, que se pasan el descanso de los ciudadanos por el elástico del calzoncillo (o la braga). Todos aportan su pequeño granito de arena para que las ciudades acaben convertidas en parques temáticos con horario de oficina.
Pero hay ocasiones en las que determinados hechos me descolocan y me obligan a dejar de ser a veces tan dogmático y a darme cuenta que la realidad siempre es tan caleidoscópica como decepcionante. Me refiero a cuando el ser humano, ese depredador inconsciente y energúmeno, hace gala de su estúpida supremacía y, protegidos por su derecho al ocio, convierten la diversión en algo repulsivo, espantoso y atroz. Me refiero a esos jóvenes que, en plenas fiestas populares, matan a golpes a una vaquilla o le arrancan la cabeza a una gallina. Existe un programa de televisión que, en plan Callejeros, hace un recorrido por los festejos populares de nuestro país. Prácticamente en todos, con mayor o menor violencia, asistimos a un ejercicio de crueldad con los animales que, si en lugar de verlo en color lo viésemos en blanco y negro, nos daría la sensación de estar ante un documental sobre la España más negra y primitiva. Más de 70.000 animales son maltratados para que la gente se divierta. No comprendo el entretenimiento que hace daño, que justifica esa barbarie en la tradición, como si las costumbres fuesen ajenas a la evolución. Y eso me pone muy triste porque creo que somos como nos divertimos. Y si con un pedo del 15 nos da por destrozar mobiliario urbano o matar una vaquilla a golpes, quizá no hay que echarle la culpa al alcohol.
Nuestro país está lleno de personas crueles y violentas. Intento no ser pesimista, pero quiero que se acepte la realidad para poder conseguir cambiarla.
ResponderEliminar"La compasión hacia los animales está tan estrechamente ligada a la bondad de carácter que se puede afirmar con seguridad que quien es cruel con los animales no puede ser una buena persona." Sobre el fundamento de la moral, Arthur Schopenhauer.