Debía rondar el mes de marzo cuando se me ocurrió sacar entradas para un musical. Si bien es cierto que mi entorno siempre suele burlarse, con cierta gracia, de mi afán por adelantarme a los acontecimientos, de mi necesidad de no dejar nada, o muy poco, a la improvisación, en esta ocasión la guasa rozó índices históricos, como lleva haciendo el Ibex 35 desde hace meses. Debe ser complicado nacer índice y que, de un tiempo a esta parte, hagas historia cada día. Nada ni nadie puede soportar tanta presión. Pero no voy a hablar de economía. No me da la gana.
El caso es que saqué las entradas ante la mirada estupefacta de aquellos que presumen de vivir el presente, de disfrutar el día a día como si fueran una versión indie de los protagonistas de Easy Rider. El musical era El Rey León. Y desde su estreno, el 21 de octubre, ya no hay entradas, para las funciones de fin de semana, hasta abril de 2012. Quizá alguna butaca suelta. Y entre semana, tampoco se crean que muchas más. Bueno, sé que alguno pensará que para ir a ver El Rey León mejor se quedan en casa; que donde esté un concierto de The Rapture o de Wilco que se quite el tándem Elton John-Tim Rice. Vale. Yo es que soy capaz de disfrutar de Disney y de la banda de Luke Jenner por igual. Y creo que disfrutar es la característica más evidente de la libertad.
He visto El Rey León y tengo que decirles que es espectacular. Solo por ver el comienzo, la escena de El ciclo vital, ya merece la pena pagar los 86 euros de la butaca de platea. Ver amanecer sobre un escenario es una experiencia sensacional. No extraña que el diseño de iluminación, a cargo de Donald Holder, tenga un Tony (los Oscar del teatro norteamericano). Pero es que ver, acto seguido, como acuden más de 25 especies animales al nacimiento de Simba, es directamente grandioso. No hay función que el público no acompañe esa escena con una ovación espontánea.
Luego, si uno se pone quisquilloso, puede cuestionar que Timón (supongo que todos han visto la película al menos y saben de lo que estoy hablando; si no es así, tranquilos, el 21 de diciembre se reestrena en los cines en 3D) hable con acento andaluz. Me incomoda esa especie de denominación de origen de la gracia, ese supuesto patrimonio del humor que este país ha decidido testar en la comunidad andaluza. Como si ser sevillano o malagueña fuera sinónimo de gracioso, ocurrente o chistosa. Conozco andaluces sin ninguna chispa. Y conozco andaluces que explotan tanto esa vena jocosa que acaban saturándote. Me gustaría creer que la capacidad de hacer reír es un don del individuo y no una cuestión fonética, ni de acentos. Sobre todo porque, si yo fuera andaluz, no me haría ninguna gracia.
Sorprendido estoy ante mi capacidad de darle la vuelta a las cosas. Estaba hablando de color, ilusión, fantasía y he acabado soltando la chapa sobre el humor ‘autonómico’. En fin, que si pueden vayan a ver el musical de El Rey León. Según los productores, el espectáculo debería estar en escena un mínimo de dos años para que sea económicamente rentable. Diez sería un sueño así que se conforman con mantenerlo en cartel 4 ó 5 años. O sea que si no vienen a verlo, por tiempo no será. Yo les recomiendo que sean previsores. Que Madrid no está hecha para la improvisación.
Antes de acabar me gustaría confesarles algo. No iba a hablar de economía pero…¿no tienen ustedes la sensación de que esta maldita crisis también tiene una lectura sociológica y, me atrevería a decir, que antropológica? ¿No les pasa que ahora ven un hombre con traje y corbata por la calle y piensan que les va a robar? A mí me sucede. Eso que nuestras madres definían como ‘malas pintas’ ahora resulta ser ‘cuidado aspecto personal’, pero el objetivo es el mismo: robarte. Supongo que si antes reclamaba que no había que juzgar a las personas por las apariencias debería hacer lo mismo en la actualidad. No sé. De entrada, cuando alguien me preguntaba de qué pensaba disfrazarme en Halloween yo siempre contestaba que de Duran i Lleida. O de broker financiero. O de Emilio Botín. Y la gente se acojonaba viva. Mucho más que si hubiese elegido ir de Jason Voorhees.
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