jueves, 30 de junio de 2011

Lamento del alma mía



Intentar organizar un programa con público, actuaciones musicales en directo e invitados, muchos invitados, cuando el programa eres tú y tu esquelética circunstancia...les prometo que es lo más disuasorio del mundo. No tengo tiempo ni de actualizar el blog.


Por cierto, 97 seguidores. A tres de posar desnudo...no sé si tomármelo como un "no, por favor, no es necesario". Está bien. Pero me gustaría tanto ver un 100 en ese apartado...Número redondo.

lunes, 27 de junio de 2011

¿Hablar de sexo con tus padres?

De verdad que no es una pose eso de que no veo la tele. Pero es que cuando me entero de los programas que emiten, no sé si arrepentirme o reafirmarme a base de Retinol. He leído que hay un programa en la tele que consiste en que los hijos hablan de sexo con sus padres. Sinceramente, desde las fotos de la casa de Mariah Carey, no veía algo tan aberrante. Parece ser que es un formato de MTV, una tele americana que hace este tipo de programas y luego censura el videoclip de Enrique Iglesias porque da a entender que se masturba viendo a una presentadora de esas de madrugada. Es que los directivos de la tele, especialmente esos que creen saber lo que le gusta a la gente y les pagan un pastón por ello, son dignos de estudio, pero eso lo haremos otro día. Vuelvo al programita.



El concepto es ver cómo vive un adolescente el sexo y qué les parece a los padres. A mí, de entrada, me parece innecesario. Y ahora aparecerá alguien que me hablará de comunicación, de información, de prejuicios y de tabúes. Mira no. Un padre es un padre y una madre es una madre; no son mis colegas, por mucho que la educación progre de finales de los setenta intentase hacernos creer lo contrario. Yo, por poner un ejemplo en primera persona, he tenido muy buena relación con mis padres pero de ahí a llegar a casa y soltarles cómo me lo he montado, si me ha gustado, si éramos cinco en la cama o si he preferido mirar, me parece excesivo. A los padres, lo que es de los padres. Y miren que a mí, como a casi todos los seres humanos, me encanta hablar de sexo. A veces, incluso más que practicarlo. Pero uno tiene que hablar de ello con quien se sienta cómodo, con quien tenga incluso cierta afinidad…pero ¿con tus padres? Nos estamos volviendo locos de tan guays que fingimos ser…porque lo mejor de todo es que fingimos. No olviden que la tele es espectáculo y el espectáculo, casi siempre, es mentira. Incluso, a veces hasta los noticiarios son mentira. Solo hace falta ver Telemadrid, Canal 9 o Intereconomía para saber que la ficción cabe en todas partes. Eso me ha quedado muy sexual. Que pena que no tenga un hijo para contárselo.

domingo, 26 de junio de 2011

Vecinos

No sé si dentro de los abundantes estudios sobre la evolución humana, algún científico ha aportado una pista, una clave, que nos ayude a comprender por qué, en la mayoría de las situaciones, esa evolución no va ligada a un desarrollo positivo de la personalidad del individuo. Nos es totalmente indiferente si un traficante de drogas o un terrorista abandona su misión y se convierte en un buen hombre dispuesto a vivir tranquilo y hacer, en la medida de lo posible, la vida amable a los que le rodean. De hecho, suponiendo que ese personaje de ficción existiera, desconfiaríamos de él y seríamos nosotros, lo buenos de la historia, los que transformaríamos su vida en un infierno hasta lograr apartarlo de nuestro entorno. Por si acaso.

Entendemos ‘evolución’ como una mejoría del estatus, del sistema de vida, de los ingresos económicos, en definitiva, del poder. Evolucionar es tener más poder. Abandonarlo todo y retirarse a vivir en una granja no está considerado desarrollo. Es un regreso a los orígenes. No importa si el hombre o mujer que habita en esa granja es mucho mejor persona que antes. Lo que importa es que ha renunciado al poder y eso solo lo hace un ‘chorra’.

Los vecinos, por ejemplo, ya no son lo que eran. Sobre todo en las grandes ciudades. Los vecinos, así, en toda su generalización, han empezado a ser conscientes de su poder y eso les ha animado a organizarse. Crean asociaciones y hasta partidos políticos desde los que defender sus intereses. Ya no son aquellas personas amables que te hacían el favor de pedir la bombona de butano desde su ventana, que te cuidaban hasta que tu madre regresaba de hacer un recado o que siempre tenían una barra de pan que les había sobrado y que te solucionaba la cena de esa visita inesperada. Ahora son tipos que, desde el individualismo más liberal, han evolucionado montando una asociación y así poder tener su parte del todopoderoso pastel. Son señores y señoras a los que apenas conoces, que no cruzan contigo ni un buenos días por la escalera (juro que eso me ha pasado esta misma semana) y que solo se materializan ante tu puerta cuando llaman para quejarse porque son las once de la noche y quince personas han cantado cumpleaños feliz.

Cuando en Palma, un grupo de ciudadanos se queja del ruido durante la celebración, una vez al año, del Orgullo LGTB y argumentan su derecho a poder descansar frente a tu necesidad de celebrar tus derechos, estamos ante ese modelo de nuevos vecinos.

En Madrid la cosa es diferente porque, en Madrid, nada es lo que parece. La pequeña Asociación de Vecinos de Chueca ha puesto al alcalde de Madrid, Alberto Ruíz Gallardón, y a los organizadores de MADO –el mejor evento gay del mundo, según la MTV- frente a las cuerdas. Una ordenanza municipal del ruido imposibilita una serie de actividades que, si bien han atraído a miles de personas a las fiestas más multitudinarias de Madrid, hace años que se han convertido en un negocio y no en una reivindicación.

No sería muy coherente por mi parte estar en contra del negocio. Vivimos en un sistema capitalista. Nuestra vida la deciden los mercados, no los gobiernos. Si la iglesia no ha logrado separar negocio de Navidad o Semana Santa, ¿por qué debe hacerlo el colectivo lgtb? Pero a estas alturas quizá estemos hablando de ambición, que es ese grado de evolución tan loable en el sector empresarial.

Desde fuera, tengo la impresión de que el grueso de ciudadanos, los individuos que no estamos asociados a nada (supongo que eso significa que también hemos evolucionado poco), estamos siendo utilizados por unos y por otros. Por los empresarios, que quieren hacerme creer que anular la actuación de un dj en una determinada plaza es homofobia, y por la asociación de vecinos que, desde una actitud de intolerable intransigencia, cuestiona hasta el propio pregón de las fiestas. A eso, la vida moderna le llama desarrollo.

Yo, un ser moderadamente evolucionado, me instalo en el término medio. En aquellos que creen que las cosas pueden cambiar sin necesidad de ser antipático con los demás, sin necesidad de acosar a otros ciudadanos porque no piensan como tú y sin necesidad de no poder pronunciar un afectuoso ‘buenos días’ cuando te cruzas con un vecino por la escalera.

Respecto al ayuntamiento, la cosa cambia. La última noticia que circula por la capital es que, el año que viene, cuando gane el PP las elecciones generales, Gallardón será ministro y la alcaldía de Madrid quedará en manos de…¡Ana Botella! A ver dónde estarán entonces, cuando haya que ir a reivindicar derechos, las asociaciones de empresarios y de vecinos.


sábado, 18 de junio de 2011

Playlist (18 de junio)




Joaquín Pascual, Reverend Horton Heat, Benjamin Biolay, The Cave Singers, Sophie Ellis-Bextor, Chico y Chica, Moby & Debbie Harry, The Housemartins, Antònia Font, Eddie Vedder, Very Pomelo, Parade, Barbra Streisand, Emmy The Great, Patrick Wolf, Javiera Mena, Gepe y Coldplay

El Día E

Hoy es el Día E. Intento distanciarme de los días y las horas que van seguidos de una mayúscula; me asustan. Creo que siempre preceden a la tempestad. Pero hoy es diferente. El día y la mayúscula homenajean el español, una lengua que hablan 500 millones de personas en el mundo, la segunda que más se estudia y la tercera en número de usuarios en Internet.

Todo el mundo está eligiendo su palabra favorita en español. Rosario Flores ha dicho ‘sentimiento’. Confieso que me he sentido un poco decepcionado porque yo creía que iba a decir ‘raskatriski’ que para mí ha sido el hallazgo lingüístico del año, un descubrimiento de dimensiones inabarcables. Shakira ha elegido ‘meliflua’, que a mí…ni fú ni fá. ‘Murciélago’, Boris Izaguirre, y ‘fútbol’, Vicente del Bosque, que, vamos, romperse la cabeza tampoco se la ha roto mucho el hombre… Otra que tiene coña es la preferida por el banquero Emilio Botín. No, no ha elegido ‘Hacienda’, ni ‘fraude’, ni ‘Suiza’, y, desde luego, bajo ningún concepto, ‘solidaridad’, ‘igualdad’ o ‘decencia’, que son palabras propias de un antisistema. Ha elegido ‘Santander’. Como su banco. Imagino que el hombre habrá visto en la celebración del Día E una oportunidad de hacer publicidad subliminal. No me extraña. Debe recuperar la confianza de sus clientes ahora que hemos sabido que él, y varios miembros de su familia, guardaban el dinero en ‘otro banco’ que no era el suyo.

Me he puesto a pensar en mi palabra favorita en español. He encontrado muchas: ‘amistad’, ‘fiesta’, ‘mamá’, ‘ultramarinos’,…pero viendo todo lo que nos rodea últimamente he elegido la palabra ‘respirar’.

Me gusta la palabra ‘respirar’ no ya por lo que supone para mi propia supervivencia sino porque tiene unas connotaciones que me interesan, como cuando uno se siente aliviado y ‘respira’; o cuando uno deja de estar encerrado y ‘respira’ aire libre, porque para respirar aire puro ya nos tendríamos que desplazar a otro lugar que no fuera Madrid; o cuando una persona tiene una cualidad que caracteriza su personalidad y dicen que ‘respira’ simpatía, por ejemplo. ‘Respirar’ es algo que hacemos inconscientemente, sin darnos cuenta de que lo hacemos, y quizá por eso le restamos importancia. Pero la tiene.

Basta ver los informativos para darse cuenta que ha llegado el momento de reivindicar la respiración. Como en los ejercicios de preparación al parto, o en las clases de yoga, debemos aprender a respirar. Vivimos unos tiempos feroces en los que la única manera de hacer oír tu voz y de reivindicar tus derechos es dando un golpe encima de la mesa. Todos los que ahora se quejan, por poner un caso, de la actitud de una minúscula parte de ese colectivo al que se le llama ‘indignados’, son los que nos han enseñado que esa es la mejor manera de conseguir las cosas. Hemos crecido viendo huelgas en las que los piquetes informativos atacaban, los trabajadores tomaban medidas desproporcionadas,…siempre para hacer oír su voz y llamar la atención entre tanto ruido. Porque, como se decía antes, ‘si vas de buenas, aquí no te hace caso nadie’.

Prefiero ‘respirar’. Creo que si antes de tomar decisiones, nos pudiésemos sentar tranquilamente y respirar, tal vez actuaríamos de otra manera. Deberíamos respirar y luego intentar comprender que la violencia, aunque sea un simple empujón, deslegitima el discurso. Que, como dice José Luis Sampedro, no hay derecho a recurrir a la violencia porque tenemos la razón y el futuro. Que nadie olvide que lo realmente violento es un sueldo de 600 euros, no una pitada multitudinaria.

Esta semana he vivido algo preocupante a pocos metros de mi casa. Supongo que son los daños colaterales de vivir cerca de Alberto Ruíz Gallardón, alcalde de Madrid. El lunes se había convocado una ‘cacerolada’ en la plaza de Chueca contra la decisión del ayuntamiento de prohibir algunas de las celebraciones del Orgullo LGTB. Acto seguido, un grupo de personas decidieron localizar la dirección personal del alcalde de Madrid y plantarse en la puerta de su casa. Puedo entender que soportar una sentada frente al ayuntamiento vaya en el sueldo del alcalde. Pero llegar hasta el domicilio personal de alguien, acosar e insultar a su familia, me parece un tremendo error. Sobre todo porque deslegitima y altera peligrosamente el estado de derecho. ¿Se imaginan qué hubiera pasado si un grupo de votantes del PP hiciera eso en la puerta de la casa de Pedro Zerolo porque no le gusta la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo? Yo estaba ahora mismo escribiendo un speech incendiario.

No debemos acostumbrarnos a tomar la justicia por nuestra mano, por muy pueblo soberano que seamos, porque de eso al linchamiento hay un paso. Y el problema es que cuando se abre la veda, se abre para todos y contra todos. Por muy indignados que estemos, el insulto y el acoso no es un argumento. Indígnate, pero sin dejar de respirar.

Respirar. Esa es mi palabra. Al menos ahora. Posiblemente mañana o pasado mañana tenga otra, que soy muy voluble. Les animo a que lo hagan. Busquen su palabra favorita en español. Uno descubre mucho de sí mismo cuando la encuentra.

martes, 14 de junio de 2011

Mediterráneo

(Jueves. 20.07 horas. Madrid. Reunión de mallorquines, algunos nada nostálgicos, en un cibercafé la mar de fashion en una época en la que aún se dejaba fumar. Transcripción comentada de la conversación para que veas cómo nos las gastamos en la península).


“He leído en internet que un comité de sabios ha planteado cambios en 74 artículos del Estatut de Balears”, dice Uno. “Ah, ¿pero hay tantos sabios en Mallorca como para montar un comité?”, responde Otra. Silencio. Reflexionamos sobre la pregunta, que tiene su miga y vale la pena no precipitarse en la respuesta. “Un sabio, ¿es un intelectual?”, cuestiona Otro. Silencio. Tanto silencio y reflexión hace empezar a cuestionarme la pureza del tabaco con el que está fabricado el cigarrillo que no para de rular. “Es que no puedo con los intelectuales. Alguien que lo sabe todo me parece abominable. Yo es que no tengo un saber de reserva. Todo lo que aprendo es para una tarea precisa. Luego, en muchos casos, lo olvido”, dice, lentamente, el mismo Otro de antes. Silencio. “Eso no es tuyo. Son palabras del filósofo Gilles Deleuze”, apuntó Una. Silencio. “¡Joder! Entonces, si cito a un filósofo, ¿es que soy intelectual? En ese caso, ¿debo odiarme a mí mismo?” Silencio. “¿Porqué estamos hablando en castellano?”, pregunta Una. “Yo he leído que van a rehabilitar Corea”, salta Otra, como quien no quiere la cosa. “Es que no entiendo porqué siempre tenemos que pagar los platos rotos de una guerra en la que meten las narices los yankis. El conflicto de Corea fue un enfrentamiento derivado de la guerra fría. ¿A qué viene ahora rehabilitar nada?”, dice Otro. Silencio. De repente, un grito ensordecedor. Uno ha apagado su cigarrillo sobre la mano de Otro. Otro insulta en mallorquín -que no catalán- y se marcha al baño. Silencio. “¿Nos vamos sin pagar?”, plantea Uno. Silencio. “¿Por?”, cuestiona Una. “¿20 euros por cuatro cafés?”, repregunta Uno. Silencio. “Una vergüenza. A la de tres nos levantamos y salimos corriendo”, propone Otra. “Una...dos...y tres”. Nadie se mueve. Silencio. “Idò, que hem de fer”, dice Uno. Y siguieron allí algunas horas más.




domingo, 12 de junio de 2011

La cultura de 'lo público'

Pocas cosas hay más incómodas que comprobar como el propio conocimiento de la realidad rompe alguno de los argumentos que con lealtad has defendido durante años. Pocas cosas, se lo aseguro, son tan desconcertantes como notar que puedes llegar a empatizar con el populismo de tus antípodas ideológicas. Les juro que lo que voy a escribir hoy, como le sucede a algunos padres cuando llega el momento de castigar a sus hijos, me duele más que a ti.

Siempre he defendido la necesidad de ‘lo público’ ante todos aquellos que proclaman la privatización como si fuera una consigna revolucionaria. No, no he cambiado de opinión. Sigo creyendo en ‘lo público’. Lo que ya no tengo tan claro es si la cultura y ‘lo público’ son conceptos antagónicos o, como mínimo, poco funcionales.

Cuando hablamos de políticas culturales acabamos hablando de financiación, de subvención, de cualquier tipo de ayuda que licencie al artista para acceder a los recursos económicos que le permitan crear y sobrevivir de su trabajo. Es importante que el Ministerio de Cultura, o las administraciones autonómicas que tengan transferidas esas competencias, aporten capital a proyectos de artes plásticas, escénicas, musicales, literarias, cinematográficas, y que esos proyectos se materialicen, permitiendo que lleguen al gran público a un precio razonable y, si es posible, gratis. Eso, para mí, es la principal baza que tiene la administración pública en la cultura.

Pero, en tiempos de crisis económica, en tiempos en los que la ciudadanía acampa en las plazas y se manifiesta en las calles reclamando el fin del despilfarro público y cuestionando la financiación de las Comunidades Autónomas, en tiempos en los que miramos con lupa, y debemos seguir haciéndolo, si la clase política viaja o no en business, si abusa del coche oficial, e incluso nos atrevimos a cuestionar, todos a una y sin falta de razón, los privilegios de un colectivo como el de los controladores aéreos, ¿de verdad pensábamos que podríamos seguir justificando, por ejemplo, que además de la Orquesta y Coro Nacionales de España, mantengamos también al Coro y Orquesta del Teatro Real, al Coro y Orquesta de RTVE, al Coro y Orquesta del teatro de la Zarzuela –este depende de la CAM-,…? Pues me atrevería a decir que sí. Sólo me haría cambiar de opinión que todos esos artistas antepusieran su condición de funcionarios a la de creadores. Por eso hoy, he cambiado de opinión.

Las artes escénicas son caras. Sus costes crecen pero hay algo que ya parece estar asumido desde el origen y es su baja productividad. Creo que hacer una función al día, dos los fines de semana, no es sinónimo de baja productividad. Sin embargo, sí me lo parece que los montajes del Centro Dramático Nacional, por ejemplo, en los que se invierten enormes cantidades de dinero público, no puedan verse en Valladolid, en Málaga o en Palma de Mallorca. Son espectáculos carísimos que se representan durante un mes, en el mejor de los casos, y mueren. Algo incomprensible incluso para los propios directores y actores que participan en ellos.

Me he cansado de preguntar por qué y la respuesta que obtengo siempre es escalofriante: los convenios y derechos adquiridos del funcionario que trabaja en los teatros son incompatibles con la creación. Se han convertido en su propio talón de Aquiles, cada vez más sensible, y llega a un punto en el que el funcionariado que trabaja en teatros públicos, desde orquestas y coros hasta técnicos y maquinistas, se ven como un auténtico lastre a la hora de sacar adelante cualquier propuesta escénica. Las proyectos ven la luz, desde luego, ahí están las programaciones para demostrarlo. Pero salen gracias a la paciencia y esfuerzo diplomático de los profesionales independientes de la cultura que, cada día, como inmersos en un teatro del absurdo, torean con normativas, convenios y representantes sindicales que pretenden que la creatividad tenga horario de oficina. Y la creatividad se paga, y debería pagarse muy bien, pero no se regula. Y eso, no tiene fácil solución.

Cuentan que Esperanza Aguirre (de ahora en adelante, Escalofrío Aguirre) quiso despedir a todo el coro del Teatro de la Zarzuela pero los costes que debía afrontar en indemnizaciones eran tan elevados que lo hacían imposible.

Algunos hablan que la solución reside en un sistema mixto de financiación cultural. Sobre el papel, parece lógico. Pero cuando usted, empresario privado, creador contratado por la empresa, entre en el teatro público para montar, imaginemos, una adaptación lírica de La Regenta, esto es lo que se va a encontrar. Y no es broma:

-debe trabajar con todo el coro. Es una imposición. Aunque su idea inicial fueran diez personas, usted la cambia y mete a 50.

-tienen dos horas de ensayo de escena al día, con una pausa de 5 minutos entre hora y hora. Si la pausa coincide en medio del ensayo de la escena, abandonarán la escena, sin esperar a finalizarla.

-no se ponen el vestuario hasta el ensayo pregeneral. Esto significa dos ensayos antes del estreno. Las posibilidades de solucionar cualquier error quedan considerablemente reducidas. Aunque las largas jornadas que tengan que emplear las personas de sastrería para arreglar los problemas y llegar al estreno no deben importarles mucho a sus ‘compañeros’ del coro.

-el coro no tiene la obligación de hacer ninguna acción teatral o coreográfica aparte de la de cantar. Si lo hacen se considera figuración y se cobra aparte.

-por si acaso algún cantante antepone su ilusión por el proyecto y su condición natural de artista a su rentable condición de funcionario, tanto el maestro de coro como la representante sindical, siempre presentes en todos los ensayos para comprobar que se cumple estrictamente el convenio, acudirán a recriminarle tal acción, que pone en evidencia al ‘sistema’, al convenio y al resto de sus compañeros.

-aunque falten unos acordes para acabar una escena y finalizar el ensayo, el coro se va a su hora en punto. Ni un minuto más.

- si los técnicos y maquinistas tienen que realizar algún cambio escenográfico sin bajar el telón negro, aunque sea a oscuras, lo tienen que cobrar aparte. Por convenio, a ellos no se les puede ver, ni siquiera intuir, en escena. Eso significa que aunque tengas allí a cinco maquinistas, deberás contratar a cinco externos para que hagan los cambios en la escenografía.

-si, por casualidad, alguien ha olvidado un objeto de atrezzo o un elemento de vestuario en la escena, supongamos, un sombrero, ese objeto solo podrá ser retirado de la escena por el responsable del departamento al que corresponda. Nadie más. Aunque eso comporte parar el ensayo hasta que aparezca la persona autorizada a tocar ese elemento.

-ensayas con un técnico de sonido, o con una regidora, y cuando llega el día del estreno, se piden el día libre que les corresponde y aparece un compañero suyo que no tiene ni idea del montaje.

Y estas son solo algunas pinceladas.

No me negarán que montar un espectáculo en un teatro público es una experiencia digna de una comedia de Billy Wilder o Woody Allen. Una experiencia que, en tiempos de crisis y con la espada de Damocles siempre encima de la Cultura, resulta insolidaria, desfavorable y tremendamente innecesaria. Porque entre el empresario privado explotador y este régimen de poder funcionarial, tiene que existir un término medio a favor de la Cultura y la creación. Y en ese término medio habita el estado del bienestar.

jueves, 9 de junio de 2011

Cero decibelios

Hay noticias que actúan como una sauna finlandesa. Te sometes a ellas, te encierras en sus argumentos y, en ocasiones, notas cómo te acaloras ante lo que estás leyendo. Y acto seguido, sin apenas haber llegado al punto final de la columna, cae un jarro de agua fría, una bajada de temperatura que te arranca un grito. O una carcajada, que la mente humana es más imprevisible que una declaración de José Bono. Un proceso frío-calor que, en el caso de la sauna, mejora la circulación de la sangre, elimina toxinas y purifica la piel; en el aspecto noticiable, te desconcierta.

Eso sucedió cuando leí aquella noticia sobre los intérpretes de las músicas que se habían empleado en Guantánamo para torturar. Ellos se habían rebelado ante esas prácticas y, especialmente, ante el uso de sus canciones en ellas. Rage Against the Machine, Metallica o la mismísima Britney Spears habían sonado a un volumen atronador en el interior de una celda minúscula empleada para los interrogatorios.
“Soy un monstruo”, pensé. “Ha sido leer la palabra ‘tortura’ seguida de ‘Britney Spears’ y me ha entrado la risa floja”, le conté a mi amiga Marta en pleno remordimiento de conciencia.

“Ya sabes que soy de la opinión de que podemos reírnos de todo. El matiz está en lo oportuno de esa risa y en la mayor, o menor, fortuna con la que afrontes el chiste. Pero por lo demás, tranquilo”, apuntó Marta. Ella siempre me tranquiliza. “Yo, por ejemplo, tengo un vecino al lado que desde las diez de la mañana hasta prácticamente las 12 de la noche está poniendo reggaeton a un volumen inhumano. Solo descansa cuando se sube en el coche y se lleva la música a otra parte. Nunca mejor dicho porque el tipo ‘tuneó’ su vehículo con unos altavoces robados de alguna macrodiscoteca de Eivissa gracias a los cuales retumba el maldito reggaeton hasta con las ventanillas bajadas”.

“Entonces, ¿no soy un ser despreciable por haber esbozado una sonrisa ante determinados datos de la noticia?”, pregunté, no muy seguro de la respuesta. “El humor es un misterio”, contestó. Y sonreí diez minutos. El tiempo que transcurrió hasta que me enteré que había militares estadounidenses que llevaban la selección musical de la tortura en el iPod. La carpeta se llamaba Guantánamo.

miércoles, 8 de junio de 2011

La silla caliente y todos mis yo

¿Has pensado alguna vez que si una cosa puede empeorar no te quepa la menor duda de que lo hará? Yo sí. Imagino que por eso llevo gastado un dineral en psicólogos, psicoanalistas, psiquiatras y prozac. Resulta que andaba yo intentando reconciliarme conmigo mismo practicando la terapia de la silla caliente en casa. No te preocupes que no he montado una productora de porno casero. Según Brenda, con este ejercicio puedo llegar a reconciliarme con mi parte más negativa.

Para que lo entiendas: la persona que tiene un conflicto, o sea yo, deposita en dos sillas las partes en disputa. Yo me siento cada vez en una de esas sillas y adopto la personalidad del problema en cuestión. Luego paso al otro asiento y vuelvo a ser yo; o una parte de mi yo. Un mini yo o algo así. ¿Sábes lo que te quiero decir?
Según Brenda, al exteriorizar el conflicto puedo ver con más objetividad lo que sucede en mi interior. Pues chico, mi interior está más colapsado que internet a las doce del mediodía. Tengo hasta lista de espera, no te digo más. He gestionado fatal mi interior y ahora tengo un merdé que ríete tú de la trama Gurtel. Eso sí, puedo asegurarte que tengo las sillas peor tapizadas que las de la familia Alcántara. Eso por no contar que acabé tirándome de los pelos a mi mismo y llamándome el nombre del cerdo. Porque tengo un yo con un pronto muy fuerte y mi otro yo, ni te cuento, y esa no es manera de negociar ni de nada. Pero no quiero preocuparte. Sólo una cosa más. También recibo visitas de Carmen Machi con un globo que me habla de sentirme hinchado y de un desafío al que le tengo que abrirle el chacra, o algo así. Yo le doy la razón como a los locos pero no veas lo pesada que se pone. ¿Es normal lo que me pasa? ¿Crees que debería preocuparme? Yo intenté hablar con mi psiquiatra de urgencia pero estaba viendo "Alaska y Mario".

viernes, 3 de junio de 2011

Ya somos 91...



Creo que cuando seamos 100 debería:


a/ Abrirme un formspring de esos durante una semana y contestar todo tipo de preguntas

b/ Colgar una foto mía en pelotas

c/ Tomarme un mes de descanso

d/ Vaya usted a saber...

miércoles, 1 de junio de 2011

Síndrome de rico

Llevo unos días que me mosqueo por cualquier cosa. Me molesta hasta la música de las cortinillas de RTVE. De la irritabilidad paso a sufrir taquicardias, que alimentan mi ansiedad, y cuando pretendo combatirlas a base de tranquimacines, voy...y me pongo triste. Oye, que se me saltan las lágrimas con el anuncio de Casa Tarradellas. Según un conocido, esa montaña rusa de las emociones tiene que ver con el síndrome postvacacional. “Pero, ¡si me fui de vacaciones hace un año!”, comenté. “No importa. Hay personas que psicomatizan a largo plazo”.

Vamos, que encima de provocarme el síntoma, lo hacía con retraso. Ese dato no hizo otra cosa que acentuar mi bajo estado de ánimo y me tomé otro ansiolítico. “La extrema exigencia en el ámbito laboral es una de las causas de estos indícios. Y sospecho que en tu caso se podría agravar porque tienes un perfil muy exigente contigo mismo”, añadió. O sea, que debo darme vacaciones de mí mismo. Regresar a mí mismo de forma gradual, no hacerlo en lunes pero sí con actitud positiva. E imagino que como todo empresario que se precie, me despediré. “Y jamas, bajo ningun concepto, echar cuentas de los días que nos quedan para volver a tener vacaciones”, continuó el conocido. Mientras yo apuntaba todo eso en mi libreta, Marta se sacó un pitillo y dijo: “Eso del síndrome postvacacional es una chorrada propia de millonario. La gente que tiene que levantarse cada día y buscarse las castañas de verdad no sufre este tipo de males”. “¿Rico yo?”, pregunté alucinado. “Podrías serlo”, dijo Marta. Según ella, y dos señores americanos muy listos, los millonarios viven como personas de clase media. “Es el síndrome Inditex, también conocido como efecto Amancio Ortega”, explicó Marta. Según nuestra amiga, la gran parte de los millonarios actuales lo son porque su abuelo o su padre se dejó los cuernos trabajando para que ellos vivan ahora como reyes. “Pero para construir fortunas, hay que tener un estilo de vida conservador. Ese es el verdadero millonario. Lo otro, es gente que gasta dinero y en eso no hay ningún mérito”. Y me sentí mejor. Tener un rasgo de millonario, aunque fuese psicomatizado, me ayudaba a dejar el tranquimacín.